salvador compán. escritor

"No sé por qué vemos, en nuestra cultura, al perdedor con un halo épico"

  • El autor regresa a las librerías con 'El hoy es malo, pero el mañana es mío', una novela de aliento machadiano que el narrador dedica a "quienes vivieron el túnel de la dictadura y salieron adelante"

Salvador Compán (Úbeda, 1949), fotografiado ayer tras la entrevista en un hotel de Sevilla.

Salvador Compán (Úbeda, 1949), fotografiado ayer tras la entrevista en un hotel de Sevilla. / juan carlos vázquez

En su nueva novela, El hoy es malo, pero el mañana es mío (Espasa), el jiennense afincado en Sevilla Salvador Compán funde dos localidades, Úbeda y Baeza, en Daza, una ciudad "tan bella que parece modelada en arena de playa", pero asfixiante -son los años 60- en su sometimiento a las costumbres, en la docilidad de sus habitantes. A ese escenario llega un enigmático personaje, Vidal Lamarca, un pintor que viene de perder una guerra pero que conserva las formas para no desentonar en el mundo de los vencedores. Con su historia, en la que el amor acabará despertando a un hombre que hasta entonces parecía haber caído en una suerte de hibernación, y la de los personajes que lo rodean, especialmente la del adolescente Pablo Suances, el narrador que cuenta el relato, el autor de Un trozo de jardín o Cuaderno de viaje dedica un emocionado homenaje "a todas esas personas que vivieron ese túnel de la dictadura y salieron adelante, levantaron la cabeza y pudieron ser ellos mismos".

-Su protagonista es un superviviente que ha tenido que traicionarse a sí mismo. No es, desde luego, un héroe idealizado.

-Sí. El protagonista no tiene en absoluto ese halo épico, que no sé de dónde sale pero sin duda es muy de nuestra cultura, que rodea al perdedor, esa belleza que se suele ver en la derrota. Él es un perdedor a secas, sin ningún tipo de adjetivación, algo que se aleja del heroísmo. Vidal tiene dos pesos añadidos: la marginación social absoluta, por ser un vencido de la Guerra Civil, y la culpa que arrastra por una delación a un inocente, como fue el dibujante Carlos Gómez Carrera, Bluff.

-En la historia hay detalles, como los pantalones vaqueros Blue Colorado o las sesiones de cine, por los que parece que ha acudido a sus recuerdos personales para trazar el paisaje de Daza.

-Aquí están parte de mis vivencias, en la medida en la que uno puede añadir vivencias a una historia que no es la suya. Hay recuerdos seleccionados de mi ciudad, y reproduzco esa vida lenta de la posguerra, esa vida vigilada. Un tiempo en el que las grandes palabras se habían desvirtuado, la democracia era orgánica, una no democracia, y el amor sólo podía ser platónico si se daba fuera o antes del matrimonio. El sexo, y en general todo lo placentero, era doloroso y prohibido en esa sociedad dogmática, marcada por ese pensamiento único que supuso esa alianza de la Iglesia y el poder político que se llamó nacionalcatolicismo.

-Uno de los personajes secundarios, Luci Diosdado, una jovencita de firmes convicciones religiosas y sin embargo ardiente, revela la dificultad de las mujeres y de los hombres de aquella época para entenderse con su sexualidad.

-No comprendo todavía por qué se pensó que el sexo era lo que te condenaba directamente, y otros pecados como el robo o la calumnia que pueden ser objetivamente más dañinos tenían menos importancia. Cuando has cumplido 15 años, cuando las hormonas y toda la vida están en su plenitud, y la sociedad coarta todo eso, se producen esas situaciones que pueden llegar a ser risibles, como la de Luci. Con las represiones del franquismo, a veces, las personas se convertían en caricaturas frente a lo que podían haber sido en condiciones normales.

-Gran parte de la novela ocurre durante la celebración de los 25 años de paz (o de pus, como dice uno de los personajes) que celebra la dictadura.

-Hay dos novelas dentro del libro. Una de ellas, la protagonista, iría sobre un topo, pero no sobre la clase de topo que conocemos, que se encierra en un desván o en un armario, como el de Los girasoles ciegos;aquí es un topo al aire libre, que tiene una cara y se pasea por la ciudad. Y el otro libro iría sobre unos adolescentes, uno de ellos el narrador, y cuenta el aprendizaje de la vida. Quise seleccionar unos momentos que dieran juego narrativo y que yo hubiese conocido. Elegí la celebración de los 25 años de paz y un homenaje a Antonio Machado que se intenta celebrar en el 66 y que la dictadura reprime.

-Machado está ya presente desde el título, una cita de su poema Una España joven.

-Me parecía un título de optimismo y resistencia, y que cuadra muy bien con la vida del protagonista. Sobre el homenaje a Machado, sorprende que la dictadura no le hubiese perdonado al poeta, en el 66, su militancia republicana, que no fue nada sangrienta y más bien apaciaguadora, que se le viera como a un enemigo pese a su pacifismo y a ser un hombre bueno, y que se frustrara aquel acto.

-En la novela tienen también una gran importancia otros creadores: el pintor Rafael Zabaleta, que aparece como personaje, y el poeta César Vallejo.

-Con Zabaleta quería hacer un homenaje a la pintura, al dibujo, celebrarlo como algo humano y liberador, ese gesto gratuito de crear algo que no existía. Tras su traición, el protagonista empieza a redimirse y a sonreír gracias al contacto con Zabaleta, con la pintura. Por cierto que merece la pena una visita a Quesada para ver los museos de Zabaleta y de Miguel Hernández. Además la obra del artista sólo se puede ver allí, porque por una cláusula del testamento tiene que permanecer en la localidad. Y de César Vallejo utilizo su poema España, aparta de mí este cáliz, en el que advierte a los niños del mundo que si cae España, si cae la República, la cultura se va a congelar, habla de los lápices sin punta, qué viejo vuestro 2 en el cuaderno, dice. Me parecía interesante coger ese texto como eje para la historia de esos adolescentes desvalidos, sin armas culturales y sin nadie que se las propicie.

-El libro narra en uno de los pasajes la brutalidad de la Guerra Civil, pero antes, el padre del narrador define la sinrazón del enfrentamiento: "La guerra son los otros -dice-, incluso los que crees que son los tuyos".

-Ese infierno de los otros del que hablaba Sartre aquí tomó una dimensión terrible. Hay una metáfora en la novela que dice que la guerra es un chicle negro que mascaban nuestros mayores y que no podían ni tragarlo ni escupirlo, algo como una espina en la garganta. Años después no se hablaba de ello, pero era algo presente, patente, algo que se quería silenciar pero se sentía como un tizón ardiendo.

-Su protagonista, Vidal Lamarca, defiende que el arte "es parecido a arar: hay que levantar la realidad y removerla hasta que nos enseñe sus raíces". Si usted tuviese que resumir la creación en una máxima, ¿cuál utilizaría?

-Diría lo mismo [ríe]. Y algo parecido a otra frase de Vidal, que escribir es descubrir. Juan Ramón Jiménez sostenía que la literatura no consistía en ir más lejos sino en ir más hondo. Ese ir más hondo es buscar el lado oculto de las cosas, una mirada que llene de sentido a la realidad superficial. Se trata de llegar a nuevos significados, a chispazos de emoción y de conocimientos, más allá de las palabras gastadas. O meter una cerilla en la oscuridad y alumbrar zonas de sombra que no percibimos normalmente.

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