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Cultura

Una verdad esquiva

  • El cineasta Agustín Díaz Yanes clausura en la Universidad el ciclo 'El cine y los toros'

Agustín Díaz Yanes, ayer durante su intervención en la Facultad de Geografía e Historia.

Agustín Díaz Yanes, ayer durante su intervención en la Facultad de Geografía e Historia. / belén vargas

Cundió finalmente el pesimismo en la clausura del ciclo El cine y los toros, a cargo de un Agustín Díaz Yanes que ya sólo espera, en el mejor de los casos, "poder ir a las corridas tranquilamente". Y es que el movimiento antitaurino, dijo el director de Oro y Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto, forma parte no en vano de otro más amplio y "global", que es el animalismo: "un lobby poderoso y bien organizado, llamado a ser uno de los más importantes de la vida civil en el siglo XXI, y que ha pasado de las aulas y los libros a la acción directa y a la presión sobre legisladores, centros de pensamiento y medios de comunicación", afirmó con la estoica resignación del médico que le hace a un amigo del alma un diagnóstico funesto e inevitable. En consecuencia, añadió entrando ya en materia cinematográfica, dado que "el dinero es conservador", nadie con el capital necesario quiere ya "meterse en el lío" de producir una película taurina que tendría "escaso público" y "protestas aseguradas".

Pero es que, para colmo, sostuvo Díaz Yanes, hijo como es sabido del bandillero Agustín Díaz Michelín, tampoco estaría asegurado el éxito meramente artístico. "Los toros rechazan un poco al cine", sostuvo en la que fue la última intervención del ciclo que organizaron desde el martes la Real Maestranza, la Fundación de Estudios Taurinos y la Universidad de Sevilla. Pero es que además, añadió, "salvo Sangre y arena y Fiesta, ninguna película taurina ha llegado realmente a un público amplio". ¿Cuáles son las causas, se preguntó, que han privado a la tauromaquia del "nicho de prestigio" que en cambio sí tiene en el cine el boxeo, con el que el director y guionista encuentra numerosas similitudes, entre ellas, sí, "la sangre"? Una de ellas, se contestó, son los actores. "Los toreros no son como nosotros. Son seres diferentes. Piensan, vive, caminan diferente. Y para eso no hay maquillaje ni coaching que valga. Tampoco saben los actores vertirse de toreros, así que, al final, uno, al contrario que en Toro salvaje, donde Robert de Niro parece más Jake LaMotta que el propio Jake LaMotta, en una película taurina no ve toreros: ve actores disfrazados de toreros. Es decir, impostores".

Tampoco ayudó demasiado que el grueso del cine taurino español se rodara bajo las condiciones del franquismo, dijo. "Siempre era lo mismo. El torero, un niño al que recogían unas monjitas. Luego se echaba una novia que parecía casquivana pero al final no, y después llegaba la gente en el tendido diciendo bobadas. Era todo así de epidérmico... Ay si se hubieran podido rodar esas historias del pueblo como hicieron los italianos con el neorrealismo. Cuando llegamos nosotros, con más libertad, eso no interesaba ya; y hoy, me temo, es ya una batalla perdida".

Dado que "en el cine todo es mentira y en los toros todo es verdad", Díaz Yanes considera el documental el género "más adecuado" para capturar algo de esa verdad huidiza. Eso logró, a su juicio, Torero (1956), el filme de Carlos Velo que "trasciende incluso el realismo" al mostrar "los tres miedos: al toro, al público y al miedo mismo" del matador mexicano Luis Procuna; pero también, desde la ficción, la "existencialista" El momento de la verdad (1965) de Rosi, Tarde de toros (1956) de Vajda o Juncal de Armiñán.

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