Vayan ustedes a San Julián, y entren a la casa hermandad preguntando si está la camarera. En caso de que tengan la suerte de encontrarla -habrá venido de su barrio, Santa Catalina, haciendo el camino casi con los ojos cerrados- le pondrán delante a la capitana de un grupo de mujeres, digno de admirar, que en afanosa porfía hace posible los sueños de los cofrades de La Hiniesta. Emilio Balbuena, y Jorge Pastor, y Manolo Marvizón, Paco Ros y Joaquín Sánchez estarán diciendo: "Hoy El Cayado va por Maricarmen Elvás".

Son en total sesenta mujeres "hiniesteras", pero Maricarmen es como aguja de aquella hebra, acerico de los alfileres, llave del ropero, maestra de oración y delantal de servicio. Hace más de veinte años que la conocemos, y no le he conocido privilegio mayor que ser su camarera. Su labor en las Mujeres Cofrades, su ayuda a todos quienes la han requerido está patente, pero ante todo y por todo, ella es servidora de la Hiniesta, y en la medida justa y en la indicación precisa, y en el estar y el permanecer, encuentra la fuerza de su testimonio y la vara que nunca quiso: la voz de la Hiniesta es la voz de Maricarmen.

Ella es de la Hiniesta de Fernand, y de la de Manolo Cuervo, de la Hiniesta de las coplas antiguas y la marcha de Peralto, de la del manto de Ojeda y la saya de 1906, felizmente recuperada ahora para su patrimonio. Maricarmen es de la Hiniesta guapa y bonita, de la Hiniesta silenciosa en su rincón, de la Hiniesta que hay que subir al altar de Septenario vestida de hebrea, de la que hay que bajar de su paso cuando acaban los esplendores de la Semana Santa. Esa es Maricarmen Elvás, y a ella mi homenaje y con ella a todas las que son y han sido, más que camareras, verdaderos puntales de la vida de sus cofradías. Que nunca falten esas mujeres, que usan mirada azul (Hiniesta) porque tienen en sus ojos un cachito del cielo.

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