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Campaña mediática

Es triste reconocerlo, pero el poder que tenemos los medios de comunicación es muy escaso a estas alturas del siglo XXI

Hace dos semanas, Pedro Sánchez acusó de su fracaso electoral a una feroz campaña mediática promovida por los “medios de la derecha y del gran capital”. En principio, no sé yo cuáles puedan ser los poderosísimos medios de la derecha y del gran capital. Hasta ahora, casi todas las grandes cadenas televisivas –públicas y privadas–, con la tibia excepción de Antena 3, eran ferozmente sanchistas y partidarias de su gobierno de coalición. Lo difícil, si uno ponía la tele, era oír una opinión contraria a las ideas de Sánchez. Es cierto que en el mundo de la radio las cosas estaban –y están– mucho más equilibradas, igual que en el mundo de la prensa escrita y on line, aunque Sánchez ha tenido y sigue teniendo muchos más apoyos que críticas. Pero lo que me hace gracia es que se hable de campañas mediáticas como si realmente la prensa y la radio y la televisión tuvieran el poder diabólico de determinar las opciones electorales de la gente. Es triste reconocerlo, pero el poder que tienen –o que tenemos– los medios de comunicación es muy escaso a estas alturas del siglo XXI.

Mis hijos dejaron de ver la televisión hará cosa de diez años, y para ellos es un aparato que sólo sirve para ver series de HBO o para jugar con la Play. Su información les llega por otras vías: TikTok, Twitter, Instagram, YouTube, es decir, cualquier cosa menos los canales tradicionales de información. Y por lo que yo sé, después de hablar con amigos y conocidos, el consumo de televisión también está decayendo entre otros grupos sociales. Bien mirado, quizá ya sólo vean la televisión los jubilados y la gente con muy pocos medios de subsistencia. Por cierto, hace unos años le preguntaron a Bob Dylan por qué estaba continuamente de gira (cuando le hicieron la pregunta tenía más de 70 años). Y Dylan contestó: “Porque la alternativa es ser un viejo sentado frente al televisor en un apartamento de Florida con un whisky en la mano”. Ya ven quién ve la televisión hoy en día.

Digo esto porque resulta inaudito atribuir un fracaso electoral a una conjura de los malignos poderes mediáticos. Comprendo que el equipo de aduladores profesionales que trabajan en La Moncloa le haya tenido que vender la moto a Sánchez, pero asumir esta burda interpretación de la derrota de mayo no demuestra mucha inteligencia política. Las causas son otras. Y muy distintas.

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