Tras saber que justo tras las elecciones del 23 de julio el Partido Popular se reunió con Junts para explorar un posible pacto de investidura y legislatura con el partido de Puigdemont, el primer impulso fue irme a Ikea a echar los papeles para constituir la “república independiente de mi casa”, y allí hacerme fuerte cual cochino herido en el monte. Con la que el PP (y una mayoría de los votantes en esas elecciones) ha dado a Pedro Sánchez por haber trabajado sin líneas rojas por pactar con quienes tienen como peticiones inexcusables contrapartidas que –hacía nada– eran inasumibles e inconstitucionales. No lo sabíamos al cien por cien, pero la Constitución era una superley en la que los propios constitucionalistas difieren y cambian de opinión de forma esencial de un día para otro. Luego hablarán de los economistas o de las veletas de Tarifa.

Según ha revelado La Vanguardia, el presidente del PP de Cataluña, Rafael Sirera, fue a tratar con dos altos cargos de Junts. La cosa fue rápida: “Exigimos para dar nuestros siete votos la amnistía, el referéndum de independencia, un pacto fiscal propio con el Estado invasor, concesiones en transportes, seguridad social y otros pocos de pares de huevos duros”. ¿Qué esperaba el PP? ¿A Miquel Roca? El escorpión picará siempre en la suave piel de la rana que lo transporta a la otra orilla, aunque acabe ahogándose: como se dice ahora, lo lleva “en su ADN” (expresión del todo errónea para el uso que le damos, según me dijo en un taxi un genetista emérito).

La democracia es a la postre un sistema aritmético, en el que las alianzas, a unas malas, no conocen colores: el azul buscará al celeste, y el rojo al granate, pero si con la simbiosis familiar no basta para ganar, se tira de enemigo. Los militantes ?–la fiel hinchada– verán la luz según maneje la linterna el líder. Tras el primer asombro por la contradicción ?con el programa electoral y el teatro mitinero?, los propios comenzarán a denigrar a quienes critican por incoherente a un político arribista, el suyo: la estratagema es encasillarte como pesado o extremista, “se te ve venir”, “es que vosotros”, “los tuyos”, “dale con la misma matraca”. Como si criticar a un político que hace lo contrario de lo que prometió fuera algo que caduca y no asunto objetivo. Si dices, como se ve, que no hay diferencias entre partidos cuando las cuentas hay que cuadrarlas hasta los 176 apoyos ?–mayoría absoluta–, te dirán que eres “equidistante”: para el soldado acrítico con los tejemanejes propios, aquel que no milita o es del otro lado o es “equidistante” (casi peor). “A Ikea, por favor”.

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