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La felonía del PSOE-A

Espadas asume esa anomalía europea por la que la izquierda española bendice el nacionalismo

El socialismo andaluz, de Rafael Escuredo a Susana Díaz, nos vendió largos años la motomami de Rosalía (nos honra ahora con su visita por los Latin Grammy). Decían ser la fuerza y el megáfono de los andaluces más allá de los merlones de Despeñaperros. El PSA y luego el PA pasaron a ser las siglas de una necrológica. El tiempo nos alcanza, pero sin poesía. Recuerdo de joven aquello del voto cautivo, el socialismo clientelar en el sur profundo, el PSOE-A como sucursal del PRI del México lindo y querido. Llegó a decirse –y a mí me tocó vivirlo fuera– que los andaluces, con su gran tarta de escaños en Madrid, eran un lastre para el fluido económico del resto de España. Confieso que en la intimidad sufría vergüenza (la juventud es una carcoma). Tras el peronismo trianero de Susana Díaz, llegó el grisáceo Juanma Moreno, artífice del andalucismo amable por la vía de la diestra. El PSOE-A lo dirige desde sus años oscuros ese dios menor llamado Juan Espadas. O sea, el brazo amigo de Pedro Sánchez en Andalucía y muleta también, por lo que le toca, del supremacismo de media Cataluña (incluidos muchísimos nietos de la diáspora andaluza).

El PP de Moreno es hoy la irritada voz del sur contra la ley de amnistía y las dádivas pactadas. El PSOE-A, con sus emblemáticos mítines en Dos Hermanas (fue aquí donde el hundido Sánchez dio vida a sus cenizas), se ha convertido en cómplice de la felonía. Espadas asume esa anomalía europea por la que la izquierda española bendice el nacionalismo como si fuera una secuela aceptable de la malograda República. Guillermo del Valle, impulsor de Jacobinos, explica semejante tara en Letras Libres. Nada es más contrario a los valores socialistas de igualdad, unidad y universalidad que el nacionalismo más acaudalado y onanista. “¿Es justificable llevar tan lejos el fundamentalismo identitario y particularista para convertir el derecho a la diferencia en una delirante diferencia de derechos?”, se pregunta Del Valle.

De Ferraz a la sevillana San Vicente, las calles rebullen frente a las sedes del PSOE. El rojo de las valerianas y el amarillo de las siemprevivas afloran entre banderas españolas y cruces de Borgoña. La nazi Peralta y grupúsculos menores han pervertido el enfado. Su ruido es inversamente desproporcionado a su tejido social. En la sede socialista de Marchena, unos lerdos les han recordado a sus inquilinos que caerán como en 1939. Pero una pleamar no violenta ni nostálgica de ninguna momia se ha impuesto a los brazos a la romana. El veranillo de San Martín ha traído un incendio. El indecente PSOE-A se ha quemado vivo.

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