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Salvador Rodríguez Becerra. Antropólogo

"Tener una imagen de devoción popular es una importante fuente de ingresos"

  • Perteneciente a la generación que revolucionó los estudios sobre la cultura andaluza, es uno de los principales expertos en religiosidad popular, fenómeno que aborda desde la honestidad y el respeto

Salvador Rodríguez Becerra pertenece, junto a Pilar Sanchiz e Isidoro Moreno, a lo que él mismo denomina la "segunda generación" de antropólogos andaluces, aquella que decidió girar la vista a las manifestaciones culturales de su propia tierra. Discípulo de José Alcina Franch y Alfredo Jiménez Núñez, también se considera de alguna forma continuador de la labor de los grandes folcloristas de finales del siglo XIX y principios del XX, como Antonio Machado y Álvarez, Rodríguez Marín, Alejandro Guichot y Luis Montoto. Este universitario con merecida fama de bonhomía ha recorrido Andalucía viviendo y analizando sus manifestaciones culturales, y sus libros Guía de fiestas populares de Andalucía y La religión de los andaluces son fundamentales para aquel que quiera asomarse a ese pozo oscuro (y quizás sin fondo) que es el alma de un pueblo. Eso sí, para adentrarse en el mundo de Rodríguez Becerra hay que dejar primero en la puerta los prejuicios y fundamentalismos (sean del género que sean) con los que todos cargamos. Recientemente, sus discípulos le han homenajeado con el libro colectivo La cultura sentida, volumen que debe mucho a las largas conversaciones de Rodríguez Becerra con sus alumnos en su casa de Zahara de la Sierra, uno de esos lugares que forman parte del mapa secreto de la cultura andaluza.

-Hijo de un guardia civil que combatió al maquis en la Sierra de Ronda. ¿Guarda alguna memoria de aquellos hechos?

-Yo era muy pequeño, pero sí recuerdo a un maquis muerto en Montejaque. Lo llevaron a la casita de la autopsia del cementerio y me sorprendió que iba vestido mejor que la gente común del pueblo, con chaqueta y pantalones de pana y unas botas de cuero buenas. Todos los chiquillos del pueblo intentábamos colarnos en el cementerio para ver al bandolero, que era como la Guardia Civil de entonces llamaba al maquis. Al tiempo, mi padre apareció con una herida detrás de la oreja y le contó a mi madre que había sido un accidente al caérsele el naranjero (apodo del subfusil Schmeisser) cuando iba a caballo. Tanto yo como mi hermano creemos que tuvo que ser el resultado de un encuentro con el maquis.

-¿Qué le queda de su vida como hijo del Cuerpo?

-Un cierto sentido de respeto por la autoridad, aunque en los últimos tiempos se me ha caído bastante... Soy un progresista de orden, políticamente socialdemócrata.

-¿Y cómo llegó aquel niño educado en pueblos de sierra a ser uno de los antropólogos andaluces de referencia?

-Fui a la universidad gracias a que destinaron a mi padre a Sevilla cuando ascendió a sargento. Primero me hice maestro para no suponer una carga a la familia lo antes posible. Llegué a la Escuela de Magisterio y Práctica Aneja, que entonces estaba en la Puerta Osario, con 14 años. Durante el primer trimestre todavía vestía con pantalón corto. Luego me matriculé en la Facultad de Filosofía y Letras y me incliné por la especialidad de Historia de América, que en aquellos tiempos era la que acogía a gente más innovadora, como Guillermo Céspedes del Castillo o José Alcina Franch, un profesor valenciano que llegó a la Cátedra de Prehispánica, que incluía la Etnología de América.

-Es decir, que sus comienzos fueron como americanista.

-Curiosamente, en Sevilla entró la antropología a través de la Historia de América. Esto se debe a que, desde su descubrimiento, en el continente americano había dos mundos: el de los colonos, criollos y sus descendientes, y el de los indígenas, a los que había que conocer bien para convivir con ellos, dominarlos, ponerlos a trabajar…

-Ha sacado una de las críticas más comunes a la antropología clásica: su relación con el colonialismo.

-La antropología forma parte del mundo intelectual de las potencias colonizadoras, como Inglaterra o Francia. En el siglo XIX, que es cuando se empiezan a pergeñar las ciencias sociales, surgieron dos inquietudes en Europa: el interés por las culturas y los pueblos campesinos del propio continente, de donde surge el folklore, y el interés por los pueblos exóticos o salvajes de otros continentes, de donde surge la antropología.

-Pero los españoles ya estaban haciendo antropología en América en el siglo XVI.

-Sí, los primeros antropólogos fueron los misioneros jesuitas y franciscanos. Fray Bernardino de Sahagún, autor de la primera historia de la Nueva España, está considerado por los latinoamericanos como el padre de la antropología. Este franciscano recibió la orden de conocer bien a los indígenas con el fin de adoctrinarlos mejor, para lo que siguió un método verdaderamente antropológico, aprendiendo la lengua y hablando con los indígenas, haciendo lo que hoy en día se conoce como un trabajo de campo.

-Su tesis fue sobre la encomienda en Guatemala, pero ¿cuándo decidió estudiar la cultura propia, la religiosidad andaluza?

-Antiguamente, era un axioma que para hacer un buen trabajo de antropología se debía estudiar a otros, algo distinto a tu propia cultura, pero aquello cambió. Yo no era un hombre excesivamente viajero, lo que, junto a mi militancia antifranquista y a la llegada de las autonomías, me decidió por centrarme en Andalucía, un territorio muy amplio e inagotable. Mis trabajos intentan siempre incluir a toda la región, no me quedo en Sevilla y sus alrededores. Mi vida de niño de pueblo me ha servido mucho, porque sólo he tenido que recordar para comprender ciertas cosas.

-¿Pero, por qué ese interés por la religiosidad, por las relaciones del hombre con lo sagrado?

-Los orígenes deben de estar en mi infancia. Yo me crié entre los seis y nueve años junto a la Iglesia Mayor de Ronda… Las campanas, las novenas de María Auxiliadora, la monumentalidad del edificio, mi labor como monaguillo… Cuando empecé a racionalizar todo aquello me di cuenta de que religión e Iglesia no eran lo mismo. La religión es la manera en que los hombres tienen de relacionarse con lo sobrenatural, y la Iglesia es una institución de poder que intenta controlar esa manera de relación.

-Hemos llegado a uno de los platos fuertes de la entrevista, la relación entre religiosidad popular e Iglesia, dos fenómenos que, en el fondo, se necesitan.

-La Iglesia siempre ha estado corrigiendo a la religiosidad popular, tratando de que la vida sea como ella cree que debe ser, pero el pueblo siempre ha utilizado lo religioso con un sentido práctico. La Iglesia ha pensado algunas veces que la religiosidad popular era algo con lo que había que convivir, pero que era ignorante y estaba equivocada y que con el tiempo y una caña… Ahora estoy estudiando un documento del siglo XVIII entre el arzobispo de Sevilla y el duque de Arcos en el que se trata el motín de los paisanos de Zahara de la Sierra para evitar la demolición de la ermita de la Virgen del Socorro, que estaba arruinada y en la que ambas autoridades estaban de acuerdo… En esta revuelta los paisanos se visten con sus túnicas de nazareno, cogen sus escopetas y amenazan de muerte al cura y al corregidor. No estaban dispuestos a que nadie, por muy arzobispo o duque que fuese, les quitasen su Virgen del Socorro. El pueblo no concibe lo sagrado como lo concibe la jerarquía, no cree que haya que estar todo el día orando; el pueblo acude a lo sagrado cuando lo necesita, para pedir y, por supuesto, ofrecer algo a cambio… Son relaciones muy parecidas a las humanas. En Andalucía la gente es muy devota, pero no fieles dispuestos a obedecer.

-Pero también la religiosidad necesita de la Iglesia como fuente de legitimación. No hay nada más desnaturalizado que esas cofradías laicas fundadas por emigrantes que se ven en algunos barrios de Cataluña.

-Sí, la religiosidad popular no es independiente y necesita para sus ritos de los curas, que son los que pueden manejar lo sagrado. Durante los últimos años del franquismo y de la Transición había muchos curas progres que no querían saber nada de estos fenómenos, pero ahora, sin embargo, los nuevos sacerdotes están a partir un piñón con cofradías, romerías, etcétera. Sin embargo, los capellanes no suelen ser miembros de las juntas de gobierno, sólo están para hacer aquello que no pueden hacer los cofrades, impartir los sacramentos.

-¿Cuando hablamos de la Macarena o la Trianera estamos hablando de lo mismo? ¿Somos politeístas los andaluces?

-La palabra politeísta está muy connotada y, por tanto, yo la eludiría. Cuando un obispo da un sermón en una romería nunca habla de la Virgen de tal o cual sino de la Virgen en general, de la Madre. Sin embargo, los predicadores de a pie, especialmente los frailes, siempre hablan de una advocación en concreto, porque es lo que la gente quiere oír. Por ejemplo, un devoto cree que es la Virgen del Socorro, y ninguna otra, la que le hace los favores. El sistema de advocaciones es el que ha resuelto formalmente esa oposición entre la devoción concreta a una imagen y la idea general de la doctrina oficial.

-Hablaba antes de los frailes, ¿qué papel juegan en la religiosidad popular?

-Muy importante. Todas las órdenes tienen patronas: los franciscanos, la Inmaculada Concepción; los carmelitas, la Virgen del Carmen; los dominicos, la Virgen del Rosario… Tenga en cuenta que el clero diocesano vivía de los diezmos, un impuesto obligatorio, y de la administración de los sacramentos. Es decir, tenía sus fuentes de ingresos aseguradas. Sin embargo, el clero regular tiene que mantenerse por sí mismo, debe buscar limosnas y donaciones, debe ganarse el dinero, algo en lo que ayuda mucho tener imágenes de devoción popular… Todos los dominicos tienen en sus iglesias una capilla dedicada a la Virgen del Rosario. Tener una imagen de devoción popular es una importante fuente de ingresos y lo que llamamos hoy religiosidad popular ha sido conformada en gran parte por las órdenes religiosas. ¿Se ha fijado usted en las pocas devociones populares que hay en las grandes catedrales? El poder señorial de los canónigos y la religiosidad popular casan poco.

-El desprecio a la religiosidad popular no es patrimonio exclusivo de la jerarquía de la Iglesia. La llamada izquierda progresista también considera a este fenómeno como una rémora.

-Así es, desde los ilustrados y Blanco White, pero yo no creo que la religiosidad popular suponga una rémora para el progreso. El Rocío está lleno de cirujanos de primer nivel a los que no les supone ninguna contradicción participar en la romería.

-Siempre hay que aguantar a algún puritano religioso o progresista que critica la ingesta de vino en las romerías.

-Para el pueblo, la religión es festiva, es para disfrutar. Eso hay gente que no lo entiende.

-Usted ha reflexionado sobre el nacimiento, vida y muerte de las devociones. Por ejemplo, la del Cristo de San Agustín de Sevilla.

-Sí, la religiosidad popular, como todo, evoluciona con el tiempo. La romería del Rocío, en el siglo XIX, era un fenómeno comarcal de la Marisma. Sin embargo, la peregrinación al Santuario de la Virgen de Consolación, en Utrera, era una auténtica explosión a la que acudía media Andalucía y gentes de Portugal y Gibraltar. Antes de Consolación tuvo mucho auge la Virgen de Gracia de Carmona, pero, como escribió un fraile, "cuando se resfrió la devoción acá, floreció allá". En el auge del templo utrerano tuvo mucho que ver que era paso obligado para ir a Sanlúcar de Barrameda, el lugar que escogían muchos para embarcarse para América, de ahí el barquito que tiene la Virgen en las manos. Este santuario tiene la que quizás es la mayor colección de exvotos pintados, que no son otra cosa que promesas materializadas en un objeto… Para mí, la promesa es lo que caracteriza a la religiosidad popular.

-¿Y el Cristo de San Agustín?

-Era la versión sevillana del Cristo de Burgos de los Agustinos, una imagen muy extendida y milagrosa en la Edad Media. Por la acción de los frailes llegó a tener mucha devoción, especialmente en momentos de las grandes epidemias, cuando el Cabildo lo mandaba a traer a la Catedral en procesión por la calle Águilas desde su convento extramuros. Fue una devoción muy importante en los momentos críticos de la ciudad, pero debido a la desamortización y la desaparición del convento por la exclaustración de sus miembros esta imagen fue quedando abandonada y olvidada en la Parroquia de San Roque.

-¿Hay alguna razón antropológica para el marianismo de los andaluces?

-Las causas son, fundamentalmente, históricas. Cuando Fernando III y sus sucesores conquistan Andalucía esto era un erial de símbolos y devociones cristianas, apenas quedaba nada y, por tanto, se partió de una tabla rasa. En ese momento, entre el siglo XIII y el XV, el culto a la Virgen María estaba muy extendido… Recuerde Las cantigas de Nuestra Señora de Alfonso X. Por tanto, la cristianización del territorio se apoya en estas devociones. Fernando III, nada más levantar su campamento para sitiar Sevilla, coloca una imagen de la Virgen de Valme… Por cierto, que el Rey Santo tuvo una época su lugar en la religiosidad popular, que le confería poderes taumatúrgicos. Decían que su espada curaba.

-La presencia de devociones marianas es abrumadora.

-Sí, prácticamente todos los santuarios rurales de la Andalucía occidental y el sur de Extremadura están dedicados a la Virgen.

-Ahora estamos en mayo, un mes mariano pero también de otra fiesta muy popular: las cruces de mayo.

-Las cruces de mayo es un intento de la Iglesia, fracasado a mi entender, de cristianizar la fiesta del árbol de mayo, que se da en muchas zonas de Europa y con la que se celebra la primavera, el amor, el emparejamiento de la gente joven, la procreación... Evidentemente, el árbol, un símbolo claramente fálico de la procreación, se sustituye por una cruz, pero no hay ninguna ceremonia ni ninguna imagen religiosa más... Tampoco hay curas... Nunca he visto a nadie rezarle a una cruz de mayo.

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