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Myriam Herrera moreno. Profesora titular de Derecho penal de la universidad de sevilla

"Tenemos uno de los códigos penales más duros de Europa"

  • Pionera en la ciencia de la Victimología, esta profesora y vicedecana en la Facultad de Derecho ha desarrollado una obra científica en la que se pone el acento en los daminificados por el crimen

Un despacho de otra época. Cordobesa de nacimiento pero sevillana de crianza y condición, Myriam Herrera Moreno es una de las pioneras en España de una de las ciencias emanadas del Derecho Penal, la Victimología. Esta jurista, discípula de Miguel Polaino Navarrete, nos recibe en su despacho de la Facultad de Derecho, que ya da algunas pistas de su personalidad: perfecto orden y limpieza y una decoración de muebles antiguos que crean un ambiente de gabinete de otra época. Admiradora de los grandes correccionalistas españoles de finales del XIX y principios del XX, el discurso de Myriam Herrera da poco espacio a la demagogia y al populismo jurídico, lo que no significa que rechace, sino más bien anima, la opinión de la sociedad en cuestiones como la reciente sentencia de la Manada. La también vicedecana de Docencia y Calidad de la Facultad de Derecho de la Hispalense es autora de una importante obra científica sobre cuestiones penales de la que destacan varios libros Asedio inmobiliario de ancianos en el contexto de la especulación urbanística, Violencia en la violación. Aspectos dogmáticos y victimológicos, Nuevas estrategias inoculizadoras en la post-modernidad penal y La hora de la Víctima.

-Usted es especialista en victimología.

-Sí, me doctoré en 1995 con una tesis titulada La victimología en la encrucijada de las ciencias penales que en su momento fue muy original, porque entonces no había apenas libros en España sobre la materia.

-Cuente, ¿qué es la victimología?

-Es una ciencia social y criminal que tiene como principal objeto de estudio la víctima.

-Solemos decir que en España no se atiende bien a las víctimas, ¿es cierto?

-Es cierto, pero cada vez menos. Ya no podemos afirmar aquello de que la víctima es la cenicienta del proceso penal. Desde el año 1995 se han ido elaborando una serie de leyes que culminaron en 2015 con el Estatuto de la Víctima. En general, la víctima ha entrado a formar parte de la política criminal, existen oficinas dedicadas a su problemática en las sedes de los juzgados... Ahora bien, quedan muchas cosas por hacer que son mucho más importantes que reformar el Código Penal para hacerlo más duro.

-¿Qué cosas hay que mejorar?

-Por ejemplo, la reparación. Hoy en día, difícilmente las víctimas resultan reparadas... El hecho de que la víctima se sienta reconocida. Muchas veces esto no ocurre y la víctima entra en el sistema de justicia desorientada, no es creída y está llena de inseguridades.

-Pisemos la actualidad. El caso de la Manada...

-Este caso ha producido unos hitos inéditos que han tenido un efecto similar al de Ana Orantes, la mujer que murió quemada por su marido después de salir en un programa de TV, sin que el juez que vio el caso comprendiese la verdadera dimensión de lo que estaba en juego. Aquel suceso abrió los ojos de la sociedad, fue lo que llamamos una "victimización signada", porque entró en la memoria colectiva. En el caso de laManada ha pasado lo mismo, hay un antes y un después. Nunca lo olvidaremos.

-Fue muy criticada la actuación de la defensa por su actitud hacia la víctima. Lo del detective...

-En victimología usamos el término víctima ideal, que es aquella que responde a los estereotipos, una figura que es el arquetipo de la víctima a la que queremos proteger. En el caso de una violación, la víctima ideal es una persona cándida, inocente, que ha sido agredida por sorpresa por un extraño, que se resiste... Siempre es alguien que debe ser débil y frágil, que se presenta llorando y destruida frente al tribunal. La defensa de la Manada ha intentado basarse en los prejuicios para dejar claro que la víctima del caso no era ideal. Pero lo novedoso es que la sociedad ha reaccionado indignada ante esta estrategia para dejar claro que no era la víctima la que estaba siendo enjuiciada. Ha existido una reacción colectiva contra los estereotipos.

-¿Hay que reformar el Código Penal para endurecer las penas por delitos sexuales?

-Creo que no es lo más importante. El problema no es tanto la tipificación, sino la mentalidad con la que se enjuician estos delitos, que no está ni mucho menos consensuada. Antes que tocar el Código Penal habría que buscar acuerdos educativos y culturales, pero hay como miedo y puritanismo a la hora de abordar estas cuestiones.

-Ahora hay voces que dicen que hay que darles a los jueces unos cursos de perspectiva de género. ¿Está de acuerdo?

-Es necesario que les demos a los jueces otra visión más en sintonía con el mundo actual. Hoy en día todas las mujeres tienen más libertad y, por tanto, deben tener más protección.

-¿Y el juez del voto particular?

-Es legítimo discrepar. Ahora bien, también creo que la opinión pública tiene todo el derecho a manifestarse en un tema de tanto interés como éste. La gente tiene que opinar y, especialmente, los especialistas, los universitarios.

-¿Y el señor ministro Catalá?

-Los políticos, y no sólo el ministro, han perdido una magnífica oportunidad para callarse. Hay una cosa que inventó un tal Montesquieu: la separación de poderes. Cuando un político habla no lo hace como un ciudadano normal, sino como una persona integrada en uno de los poderes del Estado.

-Perdóneme que insista en el asunto, pero casos como el de Diana Quer o Gabriel Cruz han vuelto a provocar un auténtico clamor por el endurecimiento de nuestras leyes penales.

-Tenemos uno de los Códigos Penales más duros de Europa y el tiempo de permanencia en prisión de los reclusos españoles es de los más largos, nueve años de promedio. Hay la sensación de que estamos rodeados de delitos, pero eso tiene que ver con el bombardeo mediático con los mismos casos y con nuestra fijación por determinados perfiles, como el del psicópata. Estadísticamente, el porcentaje de psicópatas implicados en delitos criminales es mínimo.

-¿Y la permanente revisable puede arreglar algo?

-En este asunto debemos recordar que tenemos el artículo 25.2 de la Constitución Española, que dice que las penas privativas de libertad deben estar dirigidas hacia la reinserción. Será buenismo o no, pero forma parte de nuestra ley fundamental. En este caso hay que hacerse una pregunta en cuya respuesta nos puede ayudar mucho la criminología: ¿qué perfiles son aquellos que podrían justificar esta medida? Los especialistas que llevan muchos años trabajando empíricamente con delincuentes nos dicen que son poquísimos. El problema de las penas es el mismo que el de las prisiones de alta seguridad, si creas una nueva termina llenándose. Corremos el peligro de que terminemos usando la permanente revisable para casos que podrían merecer otro tipo de tratamiento.

-Pues cada vez son más las voces que apoyan que se aumente esta figura.

-No es algo positivo. El no tener cadena perpetua, además, es un dique que nos separa de la pena de muerte. Si perdemos este muro, ¿qué será lo próximo que exigirá la gente cuando un crimen le conmocione? Esto es un polvorín.

-Comprendo lo que dice, pero la sociedad no entiende la tibieza penal ante crímenes espeluznantes.

-Hay teorías que dicen razonablemente que es necesario el dolor penal... Bueno, puede ser discutible, pero ahí está. Ahora, hacer que la pena sea una exacta contrahechura del daño que hizo el delincuente es algo que pone al Estado en igualdad con el delincuente, algo inaceptable y que está culturalmente superado. Vamos hacia una sociedad en la que se intenta minimizar la violencia en todos los niveles (los animales, los niños...), también en el penal.

-Pero la gente tiende instintivamente a colocarse en el papel de la víctima. De ahí los lemas del tipo "Yo también soy Diana Quer".

-Es una equivocación. La sociedad debe acompañar a la víctima en todo, pero no intentar ser ellas, porque éstas están pasando por un proceso emocional muy duro y las decisiones hay que tomarlas con distancia.

-Siempre se ha criticado que el Código Penal está pensado para los pobres, no para los ricos.

-Hay una cierta verdad en esto, y sólo hay que pasarse por las cárceles para ver que la gran mayoría de los presos son personas que vienen de las capas más marginales de la sociedad. Ya en los años 30, el padre de la criminología, Edwin H. Sutherland, escribió sobre una delincuencia que nunca se había tenido en cuenta, la de "los cuellos blancos". Pero todavía hoy en día nos preocupan más los delitos clásicos, como el robo con violencia, que los que suelen cometer los poderosos. Esto, probablemente, tiene una explicación biosocial. Estamos programados para indignarnos por cosas e injusticias que se daban cuando se estaba configurando nuestro cerebro y nuestra intuición de justicia: la violación, las lesiones... En esos tiempos, sin embargo, no existían los delitos contra Hacienda o la propiedad intelectual. Ahora bien, esta tendencia se ha invertido algo en los últimos tiempos. Para que este giro se esté produciendo ha sido muy importante el papel de la prensa y la divulgación de los casos de corrupción.

-Hablamos mucho de que las penas deben ser un instrumento para la reinserción de los delincuentes, pero las cárceles tienen muchas veces el efecto contrario.

-Las cárceles españolas no son una maravilla, pero son mucho mejores que las norteamericanas e, incluso, que las francesas. Con todos sus problemas, nuestras cárceles son muy progresistas, porque vienen de la tradición krausista de los correccionalistas españoles de finales del XIX y principios del XX. En esa época se forjó una generación de grandes penalistas como Concepción Arenal o Dorado Montero que fueron absolutamente progresistas. Todos conocemos esa frase de Concepción Arenal de "odia al delito y compadece al delincuente" que resume lo que tiene que ser un derecho penal avanzado. No vamos contra las personas, sino contra los delitos.

-Un tanto buenista, ¿no?

-Eran personas utópicas, pero no buenistas. Concepción Arenal consiguió modernizar las cárceles, su funcionariado... Todo lo que hicieron los yankis a partir de los años cincuenta. Luego tuvimos a un grandísimo penalista en la Transición, Carlos García Valdés, que fue un héroe que sufrió un atentado terrorista. Él fue el responsable de la Ley Orgánica Penitenciaria, que puede ser francamente mejorable, pero que fue rompedora, porque todo gira en torno al tratamiento resocializador del delincuente. Nunca le hemos dado una verdadera oportunidad a esa ley, porque en verdad no creemos en el tratamiento y no la dotamos económicamente.

-¿Es una cuestión de dinero?

-¿Dónde funciona mejor ese tratamiento resocializador? En los menores. ¿Por qué? Porque tienen a su disposición a mucho más personal cualificado que los presos adultos. Esto no es un problema español, sino que afecta a toda Europa. En general, las cárceles deberían convertirse en centros de alto rendimiento, sólo para los casos de personas que de verdad no pueden estar conviviendo en la sociedad. ¿Para qué queremos tener en la cárcel a un desgraciado cuya madre era prostituta y trapicheaba con droga? Si de verdad invirtiésemos en educación social no tendríamos muchos de los delitos que ahora sufrimos.

-No podemos terminar la entrevista sin alguna reflexión sobre ETA. Una vez que se ha disuelto, ¿hay que acercar a los presos al País Vasco? ¿Se terminará traicionando a las víctimas?

-El que fue uno de mis maestros en victimología, Antonio Beristain, llegó a la conclusión de que no había un derecho a cumplir condena donde uno quisiese, pero estamos hablando de un momento muy diferente del actual. Sinceramente, no sé que significa traicionar a las víctimas... Hay tantas víctimas... muchas de ellas divergentes. No todas tienen que ser muy punitivistas y emocionales. Hay algunas que son frías o quieren pasar página. Las decisiones sobre ETA hay que tomarlas muy despacio y con convicción, pero no para quedar bien con el Gobierno del País Vasco o con las víctimas. Es el Estado el que tiene que tomar las decisiones penitenciarias, no los particulares. Y estas decisiones tienen que mirar, por supuesto, a las víctimas, pero también a los delincuentes, a la sociedad, al futuro... No se puede hacer demagogia con estos asuntos. Por desgracia, vemos cómo hay políticos que se acercan a las víctimas para beneficiarse de su prestigio social.

-Usted da clases también en el grado de Criminología.

-Sí, la Facultad de Derecho de la Universidad de Sevilla, que es un centro maravilloso y de primer nivel, me ha permitido trabajar con libertad en tres campos que me dan una visión de conjunto de los problemas que estamos hablando: la Victimología, la Criminología y el Derecho Penal. Desde el año 2011, tenemos un grado en Criminología, una ciencia que tiene un servicio muy importante que dar a la sociedad en el asesoramiento a la elaboración de leyes criminales, en las prisiones, en los ayuntamiento, en las escuelas...

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