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El rastro de la fama · Francisco Socas

"Como creía Séneca, la mente es la que nos lleva a la desdicha o a la felicidad"

  • Traductor de Lucrecio, biógrafo de Séneca y rastreador de humanistas malditos, este profesor de lenguas clásicas es considerado por sus antiguos alumnos como un auténtico sabio.

-Perdone la curiosidad, ¿cuáles son sus orígenes?

-Nací en un pueblo de la serranía de Ronda, Alcalá del Valle, hijo de un maestro canario oriundo de Adeje y de una maestra andaluza, circunstancia que para mí fue decisiva a la hora de dedicarme a la enseñanza. Nunca he perdido la mirada aldeana. El mundo de mi infancia resultaba remotísimo para mis alumnos, que normalmente habían crecido en un entorno urbano y, cuando les hablaba de las Geórgicas, siempre les decía que yo era contemporáneo de Virgilio, porque me había criado en un pueblo por el que aún no había pasado la Revolución Industrial. Todo cambió el día que llegó a Alcalá del Valle el primer tractor: lo pusieron en la plaza y todo el pueblo fue a mirarlo y a tocarlo… A partir de entonces las cosas se transformaron: llegó la emigración, se acabó la convivencia con las bestias en las casas, el viajar en burro, el arado romano, la trilla aventando… Ya le digo, como en las Geórgicas de Virgilio.

-Usted es biógrafo de Séneca, un personaje quizás excesivamente idealizado, pero que representa muy bien las tensiones y servidumbres de los intelectuales arrimados al poder.

-Ciertamente. Séneca fue un hombre de letras con una fuerte vocación política que se puede rastrear desde su juventud, como cuando sufrió un destierro en tiempos de Claudio que las fuentes achacan a un asunto de faldas con alguna princesa, pero que obviamente respondió a un motivo político. Los emperadores romanos eran autócratas, algunos locos como Calígula, pero sus actos políticos siempre tenían una intencionalidad, una inteligencia. Por ejemplo, la muerte de Jesús fue un acto político de Roma contra el peligro real de desestabilización del estatus político de la Judea de aquellos tiempos.

-Pero, ¿cómo compaginó Séneca la vocación política con la filosófica?

-Su acercamiento al poder tuvo una finalidad doble. Tenga en cuenta que, en general, las acciones humanas nunca tienen una finalidad sencilla, siempre responden a muchas intenciones. Séneca quería prosperar personalmente, satisfacer sus necesidades, pero también aspiraba a que se hiciese una política mejor. Es verdad que se puede interpretar que existe una disparidad entre lo que escribió y su vida real… Siempre hay cierta autonomía entre el texto y su autor.

-Sin embargo, Séneca fue una víctima del juego político que tanto frecuentó. Después de ser un hombre de máxima confianza de Nerón se le obligó a suicidarse.

-Fue una víctima privilegiada. Su muerte, al igual que la de Sócrates, no fue un suicidio, sino un tipo de ejecución reservada a los aristócratas por el cual se le concedía a la víctima el privilegio de elegir el método para no tener que esperar el golpe del soldado.

-¿Fue Nerón tan cruel como se le pinta?

-Mató a muchísima menos gente que Augusto o César, quienes practicaron una violencia sistemática, estatal, que causó miles y miles de muertos. La Guerra de las Galias de César fue un auténtico genocidio que destruyó la civilización de los galos. En las Guerras Civiles, Augusto llegó a ejecutar a trescientos enemigos de un solo golpe. Lo que pasa es que la violencia institucional siempre tiene un plácet y la individual, como la de Nerón, la vemos egoísta.

-Los españoles, en general, y los andaluces, en particular, presumimos mucho ser paisanos de Séneca. Sin embargo, parece que él no se sintió especialmente español ni andaluz.

-Yo descreo completamente de unas esencias ancestrales en los pueblos. Lo del Séneca español es un simple anacronismo. Él era un hispanorromano que muy de niño marchó a la capital del Imperio en brazos de una tía suya. La huella hispana debió borrarse pronto, incluso debió perder completamente el acento.

-¿Los hispanorromanos seseaban o ceceaban?

-No sabemos en qué consistía el acento provincial de los hispanos, pero existía.

-Sin embargo, otros de origen ibérico como Marcial nunca olvidaron su tierra de origen.

-Bueno, pero Marcial ya era un adolescente cuando marchó a Roma. Él tenía más interiorizada la nostalgia de su patria natal y terminó regresando a Bílbilis (Calatayud). Sin embargo, no creo que a Séneca se le pasase nunca por la cabeza volver. La hispanidad de Séneca queda para la forma arcaica de la erudición y el historicismo.

-Séneca es uno de los grandes pensadoras estoicos, una filosofía que siempre se ha relacionado con el alma hidalga española y su capacidad de sufrir los vaivenes de la vida sin prácticamente inmutarse... Me temo que estamos ante otra etiqueta.

-Sí. No existe una forma de ser del español, sino muchos españoles. Lo que sí es verdad es que, debido a que lo consideran un paisano, los filósofos españoles siempre han leído a Séneca con amor y lo han imitado, creándose una especie de bucle por el que en sus obras se observa una preocupación por el estoicismo, por el hombre de carne y hueso…

-¿Cree que el estoicismo puede ser una filosofía válida en estos momentos de cierta desorientación y calamidades?

-Las obras de Séneca y de otros pensadores de la filosofía antigua más pragmática se han adoptado como reglas de vida. Incluso hay libros que los consideran como autores de autoayuda. Bueno, es cierto que Séneca se puede ver así, porque tiene muchos consejos para la vida: la búsqueda de la felicidad, del equilibrio interior, de la conformidad con el destino… En general, ofrece muchos remedios y medicinas para alcanzar el bienestar a través de la mente, que es la que de alguna manera nos lleva a la desdicha o la felicidad.

-¿La mente?

-Sí, estos filósofos insisten mucho en que el mal no es algo que está fuera de ti, sino dentro de ti. Todo depende de cómo veas las cosas... En la película La vida es bella se ve claramente cómo en un campo de concentración se puede crear una atmósfera mágica que lo haga parecer un lugar agradable. Los estoicos insisten mucho en esa capacidad mental.

-¿Qué es lo más asequible de la obra de Séneca para el lector de hoy?

-Sus Cartas a Lucilio. Son muy entretenidas y variadas, pero transmiten doctrinas filosóficas de altos vuelos. Son textos que intentan buscar el bene vivere, el vivir bien.

-Usted ha traducido para la famosa colección azul de Gredos La Naturaleza de Lucrecio, que viene a ser algo así como si Einstein hubiese escrito su Teoría de la Relatividad en versos germánicos.

-Hay que tener en cuenta que el mundo antiguo está en nuestras raíces, pero también que es un territorio exótico y que acercarse a él es difícil. Los conceptos de los antiguos son totalmente diferentes a los nuestros... Usted ha utilizado esa imagen de Einstein... Bueno, no es exactamente así, porque la física antigua es una física retórica, verbal; ellos no experimentan, no usan los números, sino que hablan sobre la naturaleza y su funcionamiento y, a partir de ahí, deducen principios generales. El epicureísmo, que es la doctrina que profesaba Lucrecio, no tiene para colmo intereses científicos o filosóficos. Los epicúreos quieren conocer bien la naturaleza para poder ser más felices, porque creen que así la pueden despoblar de fantasmas, de dioses, de angustias... Hacen una conexión entre lo real y lo humano para no elaborar una moral sobre un campo imaginario como es la religión.

-Sin embargo, gracias a este sistema verbal de conocer la naturaleza se llegaron a descubrimientos o intuiciones profundas y sorprendentes, como la existencia del átomo.

-Sí, no deja de ser curioso que Demócrito o Eucipo, los padres del atomismo, dieran con la clave de que la naturaleza es una especie de montaje construido con elementos muy sencillos, de que hace muchísimo con muy poco... Esto lo sabe el hombre de hoy después de siglos de lenta exploración de la ciencia: el mundo son átomos de helio y 13.000 millones de años. Ahora bien, el atomismo de estos griegos es totalmente diferente del nuestro.

-Ya se han puesto sobre el tapete las doctrinas de Epicuro, que ahora vuelven a ser reivindicadas por un pensamiento un tanto libertario y contracultural, vinculado al neoecologismo.

-Sí, pero el problema del epicureísmo es que es una ideología antipolítica, una especie de anarquismo con el que serían inviables las ciudades, las naciones o la Comunidad Europea tal como hoy las conocemos. La geografía del mundo epicúreo sería una sucesión de parcelas autosuficientes en la que todos practicaríamos una vida sencilla, cultivaríamos coles... Evidentemente eso es inviable. Sin embargo, el epicureísmo sigue vivo porque es un deseo. El hombre es una criatura trágica, cargada de angustias, y el epicureísmo representa ese deseo de vuelta a la naturaleza, de felicidad paradisíaca. Epicuro siempre ha tenido y tendrá seguidores.

-Además de sus estudios sobre la antigüedad, su otro gran campo de investigación ha sido el humanismo renacentista. En este ámbito ha estudiado a personajes como Agostino Nifo, Kepler, Piccolomini o Girolamo Cardano, un personaje novelesco que a mí me resulta especialmente atractivo.

-Cardano se puede considerar como el uomo universale, el hombre que aborda todos los campos... Tenía un afán de saber insaciable, escribió de todo, hizo descubrimientos importantes en disciplinas como las matemáticas e inventó artilugios.

-Sin embargo, su profesión, con la que se ganó principalmente la vida, fue la medicina.

-Efectivamente, aunque no soy un conocedor profundo de sus obras médicas sí me he acercado, sin embargo, a esta faceta a través de unos escritos muy curiosos llamados listas de curaciones, que consistían en unas relaciones en las que los médicos apuntaban los pacientes que habían tenido, sus enfermedades y los tratamientos que le habían aplicado. Eran una especie de currículum.

-¿Y cómo era la medicina de esta época?

-Muy primitiva, realmente uno se asombra de cómo podían curar a los enfermos y da la impresión de que los sanaban la naturaleza y la casualidad... Había algunas hierbas que hacían algo, pero en general la medicina se basaba en unos presupuestos muy erróneos, como la teoría de los cuatro humores y esas sangrías con la que se llegaba a matar a la gente. Sin embargo, Cardano fue un médico muy buscado. Lo llamó el arzobispo escocés de St. Andrews para que le curase el asma, y lo que hizo Cardano fue darle unos consejos elementales como cambiar el colchón para que no le afectase el polvo... El paciente quedó tan contento que, entre otras recompensas, le regaló unos caballos asturcones, que eran muy útiles porque eran pequeñitos y muy manejables, como una moto. Llegó a ser médico del Papa pese a estar condenado por la Inquisición, para que vea usted lo importante que era entonces tener un buen médico.

-Para despedirme le voy a hacer una pregunta un tanto comprometida: ¿Con quién hablan los muertos?

-Ese fue el título de un artículo en el que me ocupé modestamente de la epigrafía funeraria. Muchos epitafios romanos, sobre todos los que están en verso, son un diálogo entre el muerto y el viandante. Hay que tener en cuenta que a los difuntos se les solía enterrar en las puertas de las ciudades y la gente iba al campo a trabajar y veía a sus familiares desaparecidos... Ya lo dice Cicerón: la sociedad humana es una especie de convivencia entre los muertos y los vivos... Recuerdo uno de estos epitafios con sentido del humor en el que un actor, después de dar su nombre, decía que se había muerto muchas veces, pero nunca de esa manera... Los muertos hablan con todo el mundo: con los hijos, con los padres, con los caminantes...

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