metrópolis

Convento, presidio, fortaleza y mercado

  • Arcano. Los mitos de Carmen y don Juan se forjaron aquí, en un barrio con el río como espejo que sabe a capote y a aria de ópera. Que tiene en el pasado de un polisílabo, Atarazanas, el hechizo de su futuro. Donde Lope de Vega reta a Google

Tal día como hoy, hace cuarenta años, un 2 de julio de 1977, moría Vladimir Nabokov, pero aquí no se va a hablar de Lolita, sino de Pepita. No se trata de Pepita Jiménez, la criatura del egabrense Juan Valera, sino de Pepita Martínez, santo y seña del barrio del Arenal. Cuando me abre la puerta del segundo izquierdo de esta casa de la calle Galera, recuerdo que al segundo derecha llegué hace muchos años con un compañero de piso con el que redacté el estatuto de independencia de nuestras respectivas pensiones, Paco Luis Murillo, en Bailén, yo en Alonso el Sabio antes Burro, perpendicular a Puente y Pellón, montañés como Pepita.

Hay un tipo de periodismo en el que lo que no es autobiografía es plagio. El día que murió Nabokov yo llegué a Sevilla en un tren que me dejó en la estación de Plaza de Armas. Tuve que recorrer muchas veces las calles de la ciudad para que ahora algunos conozcan -o reconozcan, de sonarles, no de méritos- al periodista que lee el azulejo donde estaba el locutorio desde el que los reclusos de la cárcel del Pópulo invocaban la intercesión de la Esperanza de Triana cada mañana de Viernes Santo; el mismo edificio que antes había sido convento del Pópulo de los padres Agustinos donde la hermandad de los Gitanos hizo la primera estación de penitencia el Miércoles Santo de 1757 y que casi dos siglos después sería mercado de abastos a partir de un proyecto del arquitecto Juan Talavera y Heredia que cobra forma en 1947.

El periodista que le pregunta a un taxista ya jubilado, padre del futbolista Carlitos -del Sevilla y Mallorca-, por los hermanos de Los Tres Reyes, "ya murieron los tres", donde despachaba Márquez, un camarero con una novela para él solo. O que se encuentra en Pastor y Landero con alguien que lleva quince años viviendo en el Arenal, muchos de ellos en el despacho de Defensor del Pueblo. Se llama José Chamizo y dice que el Arenal "no es un barrio, es un pueblo, donde conviven distintas clases sociales y donde las apariencias a veces engañan". Dice también que "hay gente muy humilde que lo pasa mal, gente que aparenta un estilo de vida y también lo pasa mal y gente que vive desahogada".

Cuando el periodista vivía en la calle Galera, llegó desde la diócesis de Tánger Carlos Amigo Vallejo, que figura como el arzobispo que bendijo el 30 de octubre de 2000 la Asociación de Vecinos Torre del Oro Centro Histórico Monumental, con la rúbrica municipal del entonces alcalde Alfredo Sánchez Monteseirín, para gloria de su presidente Antonio Fernández Pérez. La asociación, igual que el tablao lírico Sevilla en la Ópera, están dentro del mercado del Arenal, el que fuera convento y presidio, una clausura voluntaria, otra involuntaria.

Como el día que llegamos desde las pensiones, Alfonso sigue siendo el rey de los Caracoles en Santas Patronas, la calle donde han tenido su estudio los arquitectos Cruz y Ortiz, autores de la estación de Santa Justa. ¡Pobre Rufina! Alfonso venía de Manzanilla, como los buenos taberneros, y en realidad se llamaba Ildefonso Pérez Díaz. Ahora lleva el timón de los cuernos su hijo Manolo, en aquellos años reputado saetero de esquinas y balcones.

Pepita Martínez lleva sesenta años viviendo en la calle Galera, pero no ha perdido el acento. Nació el 20 de noviembre de 1928 en Cóbreces, pedanía de Cantabria, entre Comillas y Santillana del Mar. Para venir al Arenal tuvo que pasar por una serie de etapas. La primera, que un primo suyo, Francisco Lebrato, nacido dos años antes que ella en Oliva de la Frontera (Badajoz) aprovechara un permiso de la mili para viajar con un tío suyo al pueblo de esos familiares cántabros. Allí surgió el flechazo. El novio empezó a trabajar con 14 años, le dieron una medalla en Almacenes Santos, en la calle O'Donnell.

La siguiente etapa, después de la boda en la parroquia de San Pedro Ad Víncula de Cóbreces el 27 de diciembre de 1952 -"iba a ser el 28, pero a mi marido no le gustaba lo de casarse el día de los Inocentes"- fue Barcelona. Allí viven tres años y nacen los dos primeros hijos, Daniel y Carmen, bautizados en la Sagrada Familia de Gaudí. La empresa textil le encarga a Lebrato que abra en Sevilla una sucursal de Semengar (Sebastián Mendoza García).

Antes del piso de Galera, les propusieron otro en el Polígono San Pablo. Carmen y Daniel decían que eso estaba muy lejos de la Escuela Francesa. Empieza a crecer la familia, hasta ocho. "Todos se han casado, menos Quico, que vive conmigo y me hace compañía". El salón, con algunos libros, Pepita está releyendo Una nueva Transición, de Pablo Iglesias, y una tele que casi siempre está apagada, "prefiero la charla y el parchís", llegó a albergar dos literas de tres pisos. A los de Barcelona se les añadieron Manolo, Isabel, Quico, Pepe -hasta ahí todos nacidos en Galera, hijos del Arenal que cantara Lope de Vega-, Marta y Carlos. Marta trabaja de controladora aérea y le ha permitido a Pepita conocer media Europa, con deslumbramientos como San Petersburgo.

Enviudó del primo, del precoz empleado de tejidos, y ha vivido en primera persona, sin moverse de este piso de la calle Galera que ahora se le queda grandísimo, el tránsito a la modernidad desde las alpargatas y el Seiscientos, como titula Eslava Galán el libro que ha leído Pepita Martínez. En la calle Galera tuvo un estudio el arquitecto Antonio González Cordón y vivió los años previos y los meses de la Expo Joan Font, el director de la Cabalgata.

El primer impacto cuando llegan al Arenal es el mercado. Mercado de Entradores con mayúscula. "Era como el Mercasevilla de la época", dice Pepe, el antepenúltimo de la estirpe. "Era el mercado de mayoristas y el de minoristas estaba en la calle Arfe. Imagínate el trasiego de vehículos, de mercancías".

La lectora de Pablo Iglesias y Eslava Galán no está nada chapada a la antigua. "Qué pena haber nacido tan pronto, con lo bien que se está ahora por aquí". Es la mayor de cuatro hermanas: Pepita, Isabel, Rita, Vicenta. Las cuatro viudas; las cuatro, con algunas leves averías, en perfecto estado de revista, dispuestas a mantener la costumbre de volver a coincidir en el Rocío el primer fin de semana de octubre.

Pepita hace un recorrido por la lonja de recuerdos. Estaba Nicolás, el lechero; Evaristo, el tendero; Braulio, que montaba un Mato de sandías, melones y tomates a precio de saldo; a dos pasos de su casa, un zapatero con planta quijotesca "muy bético", adarga en astillero, al que Atín Aya incorporó con un retrato marca de la casa a su catálogo de Sevillanos. Se podían tomar los mejores boquerones en vinagre de Occidente en un bar que hacía esquina con Antón de la Cerca y había un tapicero que asistía a buena parte de la flota del taxi. La lección de antropología de Pepita Martínez se tropieza con una ciudad de franquicias, de relaciones impersonales. En eso, la calle Galera es como Cóbreces, su pueblo natal, "ahora ya no ves a nadie".

Paisana de Bedoya y de Trifón, de Valverde sin Daoíz, del padre de Felipe y de la madre de Rojas-Marcos, de Cobo y de López, el capitán y el goleador de la Copa del Rey que el Betis ganó una semana antes de que muriera Nabokov y el periodista llegara a una ciudad llena de Lolas y Lolitas en el tren de baja velocidad.

Pepita tiene el acento montañés y la tilde sevillana. Del primero le ha quedado a sus hijos que no hay ninguno cofrade, aunque Pepe estuvo a punto de hacerse hermano del Baratillos, ninguno futbolero. Si acaso, les gusta el ciclismo y seguir las tardes del Tour en la tele casi siempre apagada. Pepita, que el próximo año cumplirá los noventa, prepara próximas excursiones en familia primero a Portugal, después a Zahara de los Atunes. Su hijo rescata una página del Diario Montañés en la que su madre aparece en Comillas entre el presidente Revilla y el embajador del Japón Motohide Joshikawa. Tiene doce nietos, dos bisnietos y otro que viene en camino. En los impares, chinos y japoneses hacen cola para comer en La Brunilda.

Pepita, nada de Josefa. Con una filosofía de la vida encomiable. "Me gusta que vengan por aquí a echar el rato, que es lo que hay que hacer, echar el rato". Fuera, la vida sigue su pulsión cotidiana. En el mercado del Arenal preparan las mesas del restaurante El Pesquero. Un limpia lustra los zapatos de un cliente en El Cairo, consulado gastronómico de Villalba del Alcor. En la cervecería alemana Ingrid, en Pastor y Landera, está enmarcada la crónica de este periódico de la final del Mundial de Brasil que Alemania le ganó a Argentina con el gol solitario de Mario Gotze.

Con Almansa de calle transversal que las acerca al río-madre, probeta del océano, Galera y Santas Patronas forman uno de los paralelismos que se ven en la ciudad, como Sol y Enladrillada, Teodosio y Santa Clara, Relator y Antonio Susillo, Alfarería y Castilla. El príncipe Alfonso canta caracoles en vez de saetas. Se reinventó a sí mismo y sube las fotos de la clientela a su facebook. Su padre abrió en 1971. En los manuales de Geografía, Santander era aún puerto de Castilla.

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