TIEMPO El último fin de semana de abril llega a Sevilla con lluvia

DERBI Horario y dónde ver el Betis-Sevilla

calle rioja

Hacer normal lo excepcional

  • Balance. Tres testigos de excepción analizaron en la Feria del Libro la oferta cultural de la Expo y 25 años después repasaron qué queda de aquel diálogo entre tradición y modernidad

Llanes, Ameneiro, Grosso y Pavón.

Llanes, Ameneiro, Grosso y Pavón. / Juan Carlos Muñoz

Fue como una luciérnaga. La frase, redonda y hermosa, la pronunció alguien del público. Una poética esdrújula para resumir el debate serio, riguroso, ameno que mantuvieron tres testigos de excepción sobre la cultura en la Expo del 92. Ni derrotismo ni triunfalismo. 25 años. Mucho tiempo o poco. De gestionarlo, se encargó Ana Sánchez Ameneiro, redactora de Diario de Sevilla.

El 20 de abril de 1992 era presidente del Gobierno Felipe González Márquez, pero la sentencia de Manuel Llanes evocaba una muy parecida de su predecesor en la Moncloa, Adolfo Suárez González. "Se trataba de hacer normal lo excepcional". Y a fe que se consiguió. "Ha sido la mayor concentración cultural que ha habido en ninguna ciudad del mundo en seis meses". Lo dijo Juan Luis Pavón. El periodista entrevistó el 13 de octubre de 1992, un día después de la clausura, a Plácido Domingo, y recuerda el titular: "¿Y ahora qué?". Ése fue el problema, el día después. "Una cosa que se omite", señaló Manuel Grosso, "es que la Expo no fue producto del año 92. Se empezó a programar en 1986, 1987. El problema es que nadie la programó a partir de 1993". Tiempo en el que sitúa un fenómeno digno de psiquiatra. "Más que resaca, fue una depresión". No era el final de la Feria. Era el final de una manera de entender el mundo y según esta terna se perdió una oportunidad histórica de mantener "esa convivencia pacífica entre tradición y modernidad" (Llanes) por "falta de estrategia para generar alianzas con el mundo cultural" (Pavón). El final de lo que Grosso, como en una versión de Shakespeare llevada a escena por Denis Rafter, comisario del pabellón de Irlanda, llamó "el sueño de una noche de verano".

"La Expo empezó a programarse en 1986, pero no se programó nada a partir de 1993"

El Teatro Central fue el último edificio en construirse dentro del recinto de la Cartuja y, sin embargo, tiene un mismo director desde 1987. "La Expo universalizó el nombre de Sevilla en Europa y en el mundo", dijo Llanes, que citó una profecía cumplida sólo a medias de Emilio Cassinello. "Hablaba de un mercado único en Europa, una moneda única y una lengua única, el lenguaje de la cultura y el espectáculo". Se cumplió lo de la moneda, pero se falló en "la Europa de los artistas".

El desguace de la Expo salió por un ojo de la cara. El término náutico lo utilizó Grosso. Fernando Fernán Gómez hizo una versión de El Pícaro que estrenó Rafael Álvarez El Brujo en el Central. Hubo pícaros oficiosos a los que se refirió Pavón. "Adolfo Marsillach cobró catorce millones de pesetas por un ciclo de teatro contemporáneo cuando ya dirigía el Teatro Clásico, y el pianista de Pavarotti se llevó trece millones. La mayoría de los pícaros no eran de aquí".

En el recuerdo de la Expo sólo falló el microclima. Público y participantes convivieron estoicamente bajo la carpa a un calor sahariano. La moderadora preguntó por el relevo en el timón de la Expo. "Olivencia es el mejor en lo suyo, un maestro indiscutible del Derecho", aceptó el envite Manuel Grosso, que además de cinéfilo, melómano y taurófilo es profesor de Derecho, "Pellón era el malo de la película, pero está claro que no fue el villano. Si no es por él la Expo no habría sido igual. En el equipo de Olivencia había muchos tecnócratas, representaban a una Sevilla muy conservadora".

"Fue la mayor concentración cultural que ha habido en una ciudad en seis meses"

El legado es evidente. Mucho mejor, en palabras de Pavón, en el terreno escénico y musical que en el museístico. "El Gobierno se comprometió a acoger en el Pabellón de los Descubrimientos el Museo de la Ciencia y la Técnica". El edificio salió ardiendo poco antes de la inauguración y el museo se fue a La Coruña. La ciudad no aprovechó el cierre temporal del Real o el incendio del Liceo del Barcelona -la misma semana que el Betis de Segunda eliminó al Barça de la Copa del Rey- para amortizar esa efervescencia cultural de seis meses que, con palabras de John Reed, podían haber cambiado el mundo o la forma de verlo.

Una luciérnaga. "Esto se ha acabado, vamos a encerrarnos en nosotros mismos", en palabras de Llanes. Grosso, que se pateó Europa en busca de apoyos externos que siempre funcionaron, recordó que en el pulso entre instituciones, celos propios de una tonadilla de Azabache, "el Ayuntamiento llegó a recomendar que no se sacaran los abonos porque eran demasiado caros". La gente respondió. Más de cincuenta mil espectáculos en seis meses. Algunos tan sugerentes como un ciclo de Percusionismo que empezó en la plaza de Santa Ana y acabó en el Salvador, combinar a Michael Nyman con la Orquesta Andalusí de Tetuán, llevar a Stockhausen al teatro de la Maestranza o disfrutar todas las semanas de la mejor salsa boricua en el pabellón de Puerto Rico, centro de interpretación de la piña colada.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios