La llegada a la aldeadiario de unrociero

Horma de la fiesta

  • Las hermandades ya se encuentran en El Rocío, donde Triana, de nuevo, volvió a romper las costuras de la alegría al presentarse ante la Blanca Paloma

Dos y media de la tarde. Casa hermandad de Gines. El serpentín no da abasto. Sobre la barra, una cerveza bien fría. Sabe a gloria. Especialmente cuando se han pasado dos horas a pie de ermita. Zambullido en el sol. La hermandad de los cordones verdes y amarillos se dispone a hacer su presentación. La Plaza de Doñana es un émulo de las películas del Oeste. Caravanas de carretas. Caballos, mulas y bueyes. Nubes de polvo. Cohetes. Gente que va y viene. Algunos buscando la casa de un amigo. Otros, totalmente perdidos. La locura.

El Rocío deja de ser la aldea bucólica de todo el año. Por Pentecostés se erige en una urbe sin asfalto. Sin dimensión temporal. Aquí sólo impera la diversión. Norma sólo rota por el cansancio. O por la cartera. Ir a la marisma tiene un alto precio estos días. El coche hay que aparcarlo lejos. Acuérdese de tomar referencias del lugar donde lo deja. Si no lo hace, se arrepentirá luego, cuando el cuerpo venga lacerado por el calor y la fatiga y no tenga más remedio que dar mil vueltas para encontrarlo. Recuerde también llevar bien repleto el bolsillo. Cinco horas de párking cuestan ocho euros. A cambio, su vehículo quedará impregnado por una suave capa de arena. Recuerdo gratuito de la estancia marismeña.

Aquí ya no cabe ningún lujo. Ninguna distinción. La huella de las arenas igualó a los romeros

La aldea se despierta bien tarde. Liturgia de pijamas en los porches. Todo se hace con suma tranquilidad. Sin prisa. Rompiendo con la rutina diaria. En las casas se desayuna a la hora del ángelus, cuando está acabando la misa en la ermita. Los tamborileros de Almonte salen a la puerta. Sus gaitas y tamboriles sirven de diana en pleno mediodía. A continuación, desfila el amplio cortejo de almonteñas con varas. Escaparate de la moda flamenca bajo la concha del santuario. Muestrario de belleza femenina. José María Acosta es el hermano mayor de esta romería, un cargo que cada año eligen los miembros de la Matriz el Domingo de Resurrección. Para esta ocasión, hubo dos candidatos. Acosta es conocido como El Toto en tierras almonteñas. Él y sus hombres integran el cortejo que recibe a las hermandades.

Para presentarse a hermano mayor de Almonte hay que tener, como mínimo, cinco años de antigüedad en la hermandad. Acreditar que se es almonteño al cien por cien. Que la sangre pertenece a la estirpe de este pueblo. Un ADN puro. Sin medias tintas. Pepi Pérez rompió el techo de cristal en 1996. Fue la primera hermana mayor de aquella romería. Hasta un año antes las hermanas de la Matriz no podían votar. Ni ocupar cargo. Más de dos décadas después la Matriz cuenta en su junta de gobierno con seis almonteñas. Una de ellas es Manoli, responsable de cultos y protocolo, a quien compete organizar la presentación. Antes de comenzar el desfile de los peregrinos, pide al séquito del hermano mayor "tranquilidad y buenas maneras".

Villamanrique pasa la primera. Los vítores de su presidente lo dejan claro: "¡Viva la más antigua hermandad del Rocío!". La segunda en hacerlo es Pilas. Sigue la retahíla de nombres que otorgan siglos de historia a la romería: La Palma del Condado, Moguer, Sanlúcar... A partir de la capital de la manzanilla la cosa cambia. Ya no se trata de sumar hermandades. Ni de un simple desfile. Sino de sentir. De esparcir el tiempo. Cierto nerviosismo se apodera de los presentes. Se presiente que lo que ahora viene escapa de la oficialidad de los horarios. Del rígido protocolo. Llegan peregrinas con cintas verdes al cuello. Los responsables de la Matriz las colocan a ambos lados del santuario. Todo debe quedar expedito. Avanza la caballería. Con majestuosidad. Con ese medio giro en forma de reverencia. Los hombres se despojan del sombrero. Ellas inclinan la cabeza. Por los altavoces se pide a los romeros que avancen, que no se queden rezagados. Petición que cae en saco roto. Todos quieren ir junto al simpecado. La carreta de plata trae los brillos apagados. El polvo de los caminos eclipsó sus resplandores. Quienes la rodean vienen embadurnados en sudor. Con el cansancio en los rostros. Aquí no cabe ya ningún lujo. Ninguna distinción. La huella de las arenas los igualó a todos. La turbamulta se hace impenetrable. El carretero pasa lo suyo hasta encarar la puerta. Refriegas entre unos y otros. Se manda callar. Se reza. Y luego llega la banda sonora del día. La que acredita que la senda ha terminado. Que ya se llegó a la meta soñada: "Aquí estamos otra vez, para decirte que te queremos, otra vez.."

Y otra vez se escucha la canción cuando el simpecado se marcha. Los peregrinos logran alcanzar, de nuevo, la puerta. Con los sombreros en alto. Con las matas de romero al aire. Con el nudo que la emoción engarza en la garganta. A cantarle a la única Razón por la que han soportado el calor, la solanera y el envite de las arenas. Al nombre sobre todo nombre por estos lares. Nómadas de cordón verde. Tribu de la gracia. Horma de la fiesta. La que rompe las costuras de la alegría. Es Triana. Y ya está en el Rocío.

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