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Sistema financiero

Bolsa: dos semestres y dos realidades

Fede Durán

A comienzos de 2011, un atildado analista pronosticaba que el Íbex 35 cerraría el ejercicio por encima de los 11.000 puntos. El final del invierno y el inicio de la primavera parecían darle la razón. El 17 de febrero, el principal índice de la bolsa española marcaba el que sería su techo anual, 11.113 puntos, una cifra en la línea con el colorido porvenir de recuperación que casi todos los gurús daban por hecho. Pero no. La economía volvió a demostrar su naturaleza de ciencia endiablada y metió a la Eurozona, y con ella indirectamente a muchas otras áreas del mundo, en un verdadero embrollo. El segundo semestre fue un infierno por un cóctel de factores vitriólicos en su acción combinada: la crisis de la deuda soberana, las consiguientes dudas sobre la viabilidad de la moneda única, las sospechas sobre la banca y la pesada digestión de las deudas pública y privada provocaron un descenso en los precios de las acciones y una elevada volatilidad.

Las bolsas mundiales se dejaron un 8,5% en 2011 infectadas por Europa, donde las caídas fueron colosales. Atenas perdía un 52%, Viena un 35%, Milán otro 25%, el Dax y el Cac un 18%; el Íbex un 13%. Lo que ocurría entre los 17 países del euro era una cuestión de estado, o mejor, de estados. La Eurozona representa el 20% del PIB del planeta. Posee, en términos relativos, un mercado de capitales mayor que el de Estados Unidos. Y es responsable directa del 22% de la deuda pública mundial emitida y del 30% de la privada.

En el ánimo del inversor pesó la sensación de desgobierno de la UE, donde una única voz, Alemania, imponía su recetario de austeridad a la periferia de los PIGS (Portugal, Irlanda, Grecia, tres naciones rescatadas, más España e Italia, que no aparecía en el acrónimo original), necesitada no sólo de tijera sino también de estímulos incompatibles con la sacralización de la lucha contra el déficit. También pesaron y aún pesan los vientos de pesimismo de los principales tasadores de la macroeconomía, comenzando por Bruselas y continuando por el Fondo Monetario Internacional, instituciones que coinciden en una recaída que pocos esperaban doce meses atrás. Poco o nada influyeron en los mercados los dos recortes aplicados por Mario Draghi a los tipos de interés desde su llegada al asiento del Banco Central Europeo.

En Madrid pasó de todo. Aunque el grueso del titular tienda a resaltar lo negativo, algunos de los movimientos captados por la hemeroteca apuntan en sentido contrario. Cierto, cayó el volumen de negociación alrededor del 10% en comparación con 2010, aunque se mantuvo por encima de los 900.000 millones. El recorte fue consecuencia, en gran parte, de que la Comisión Nacional del Mercado de Valores prohibiera transitoriamente las ventas en corto (short sellings) sobre algunos valores cotizados. La capitalización bursátil superó paralelamente los 950.000 millones (-11%), y los sectores más castigados fueron telecomunicaciones y tecnología, primero, y materiales básicos, industria y construcción después. El diferencial entre el mejor precio de oferta y de demanda se mantuvo estable, en el entorno del 0,10%. Santander, Telefónica, BBVA y Repsol se colaron entre los seis valores más líquidos del área euro por volumen de contratación en el mercado de admisión.

Ahí va otra tanda de contrastes: los beneficios de las compañías del Íbex cayeron un 21%, pero sus ventas al exterior repuntaron un 50% y los resultados de las empresas de tamaño medio mejoró un 4%. Las retribuciones al accionista superaron sobradamente los 33.000 millones (+45%), y ésa es una marca histórica en el parqué madrileño. Hubo asimismo más ampliaciones de capital que en 2010, la mayoría como consecuencia de la reestructuración del sector financiero. En 2011, el mercado español de renta variable se consolidó como alternativa al clásico mecanismo del crédito, hoy todavía en crisis, y permitió obtener financiación y ampliar la base accionarial por 37.000 millones, la tercera cifra más alta de todas las bolsas del mundo.

Fue también un año de estrenos. Los de Bankia y Banca Cívica, que captaron 3.692 millones vía oferta pública de suscripción. O el de AIG, la compañía resultante de la fusión entre Iberia y British Airways. O incluso el de Día, la cadena de supermercados escindida del grupo Carrefour. El Mercado Alternativo Bursátil (MAB), cuyo objetivo es facilitar el acceso de la pyme a los mercados de valores, incorporó otros cinco nombres a su nómina: Euroespes, Catenon, Lumar, Sequoya y Griñó.

Y fue, sobre todo, un año de mensajes claros desde los mercados. Al inversor no le convencieron las recetas europeas, ni el marasmo permanente de sus instituciones, ni quizás el papel excesivamente limitado del BCE. Tampoco acaba de creerse el futuro del euro. O, ya puestos, la estabilidad macro del planeta. Ni siquiera EEUU, que aplica fórmulas opuestas a las impuestas por Alemania, es una garantía a medio plazo. En este contexto, lo que diga y haga China será cada vez más crucial. Para los países y para sus bolsas.

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