Los corrales de vecinos son un tipo de vivienda que se da especialmente en la zona de Andalucía y, sobre todo en Sevilla, y que tiene su origen en torno al siglo XIV, aunque su época de mayor representación se dio en los siglos XIX y XX, cuando empezaron a colmarse de trabajadores que emigraban a la ciudad.
Las corralas entendidas como viviendas comunales se solían erigir sobre construcciones antiguas que, por norma general habían sido anteriormente conventos, casas señoriales, palacios y alhóndigas (espacio dedicado a la compra y venta de trigo u otros granos).
De esta forma se aprovechaba la arquitectura de estos espacios (construidas en torno a un patio o corral) para que se alojaran en ellos varias familias. En dicho patio solía haber un pozo o fuente que funcionaba como punto de suministro de agua para todo el corral y, consecuentemente, como punto de encuentro.
En torno a este módulo central se extendían varios corredores con múltiples puertas pertenecientes a las diferentes habitaciones que tenía la construcción. Posteriormente se unirían y readaptarían para ir conformando las viviendas. En estos edificios también era común ver un segundo patio de menor tamaño o patinillo que se dedicaba a lavadero y que podía estar a otra altura.
La arquitectura de este tipo de viviendas familiares va a dar lugar, posteriormente, a una forma de convivencia basada en lo colectivo donde la vida se hacía en el centro de los edificios.
Sus orígenes
Cómo se conforma la vida en las corralas
Tradicionalmente las personas que habitaban las corralas de vecinos eran albañiles, carpinteros, herreros, lavanderas, aguadores, planchadoras, costureras, criadas, zapateros... En definitiva, eran lo que se consideraba el pueblo llano. Muchos de ellos tenían como clientes, incluso, a habitantes del propio corral para que les arreglaran los zapatos o les cosieran algo.
Las casas corrala en Sevilla
La importancia de las corralas
A pesar de su decadencia, este tipo de viviendas cobran importancia gracias a las estrechas relaciones sociales que se conforman en ellas. Aunque en la actualidad hayan perdido los rasgos que las caracterizaban, funcionaban a modo de microsociedad donde se pensaba en el bien grupo y no en el de cada uno de los individuos.
Este modelo cultural que parece que se ha perdido se está volviendo a poner en valor en algunas ciudades en las que se defiende que exista una comunidad con sentimiento de pertenencia y en la que los cuidados y la vida se ubiquen en el centro del edificio y de la comunidad que lo habita.
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