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Del uso popular a la distinguida tradición

  • El Real Club de Enganches de Andalucía reunió a expertos de la mantilla para hablar de su uso e historia

Si hay un prenda característica y propia de España esa es la mantilla. Aunque ésta sólo se use en ocasiones muy señaladas, es todo un símbolo de la cultura y la idiosincrasia nacional, sobre todo en Sevilla, donde las mujeres las lucen en Semana Santa, los toros y durante la Exhibición de Enganches en la Maestranza las vísperas de Feria (que este año de vísperas tienen poco). Asociada al luto o a los enlaces matrimoniales, poco se sabe de la historia de las mantillas blancas, ya que su uso no está tan extendido. Por eso, el Real Club de Enganches de Andalucía organizó una charla-coloquio en el Museo del Carruaje (Plaza de Cuba) en la que miembros del jurado del Concurso de Mantillas de la Exhibición de Enganches hablaron de la historia de esta prenda y dieron una serie de pautas a seguir a la hora de lucirla.

Aunque se desconoce su origen exacto, todo apunta a que la religiosidad y el clima influyeron en el nacimiento de la mantilla. El frío invierno y las elevadas temperaturas al llegar la época estival obligaban a las mujeres a cubrir sus cabezas. Las fuertes creencias religiosas y el respeto al entrar en los templos las animaban a utilizar un velo para taparse las sienes. De ahí que su uso se diera mayoritariamente en las féminas de clases populares. Tuvo que llegar alguien de alta alcurnia, la reina Isabel II, para hacer de esta prenda un símbolo de distinción entre las clases nobles en el siglo XIX. Aficionada a las diademas y tocados, la monarca comenzó a lucirlas, popularizándolas entre las damas de la corte. Tan arraigado estaba su uso, que muchas mujeres españolas las emplearon para manifestarse contra Amadeo de Saboya, cuyo reinado en España fue sólo de dos años. Pero, a finales del siglo XIX y principios del XX su extendido uso entró en declive y la mantilla pasó a ser una prenda exclusiva de la Semana Santa, los toros y las bodas.

Dividida en grupos, la mantilla puede ser rectangular (o de velo de toalla), rondeña (o de empanadilla), de pico (la más elegante y cuyo uso popularizó Eugenia de Montijo) o madroñera (muy típica de Ronda). Cada una de ellas puede presentar un tipo de encaje diferente; bien de bolillo, bien de aguja. Fernando López Moreno, de Antigüedades Bastilipo, recalca que, de todos los tipos de encaje, el más popular en la mantilla es el de blonda que, además, da mucho juego a la hora de colocarla. Pero, ¿qué es una mantilla sin una buena peina? Éstas tienen su origen en los peinecillos con los que las mujeres recogían sus cabellos. Durante los años veinte los peinecillos aumentaron de tamaño y dieron paso a las peinas, antaño de carey, actualmente de celuloide. Con independencia del material, Carlos Marañón de Arana, de Montano Piranesi, recomienda que se guarden en cajas de cartón con papel de seda blanco, con una especie de horma de cartón para que no pierdan la forma durante su almacenamiento. A la hora de colocarla, el estilista y diseñador Enrique Rodríguez Hidalgo señala que la peina no debe estar ni muy delante ni muy detrás, que mientras menos horquillas mejor -para que la peina no sufra- y que el broche debe colocarse justo donde ésta acaba.

A diferencia de la mantilla de Semana Santa, la de los enganches y los toros, al tener un uso festivo, permite muchas más libertades a la hora de complementarse. Aunque hay una serie de pautas no escritas que las mujeres suelen lleva a cabo. Siempre buscando no robarle protagonismo a la mantilla, los pendientes que se usen deben ser largos. Estos pueden ser corales, turquesas, brillantes o piedras semipreciosas. Los guantes, siempre en color marfil, pueden ser o de raso o de rejilla. Por su parte, el traje debe ser monocromático, largo hasta la rodilla, con manga francesa y con un escote no muy prominente. Siempre pensando en que ningún elemento reste protagonismo a la mantilla, evitando también ir demasiado sobrecargadas. Otro de los elementos fundamentales a la hora de vestir de mantilla es el mantón, popularizados gracias a las cigarreras, que demostraban su independencia económica paseándolos por las calles. A la hora de lucirlos de mantilla es muy importante su colocación. Siempre ha de ir en el brazo izquierdo y con los flecos hacia fuera.

Si a la hora de guardar las peinas Marañón de Arana recomienda el uso del papel de seda y la caja de cartón, con el mantón y la mantilla vuelve a ocurrir lo mismo. José Rojas Gutiérrez, especialista en mantones, recomienda almacenarlos en cajas de cartón, envueltos en papel de seda, sin dobleces, muy holgados y dejando caer los flecos. Para las mantillas da un pequeño consejo: enrollarlas en un tubo de tela con papel de seda. En ambos casos recomienda airearlas al menos una vez al año para evitar que se estropeen.

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