José León Calzado

Sevilla recupera a Cervantes

El itinerario marcado por las lápidas nos lleva a 'vivir' la ciudad del XVI.

UN siglo es un plazo considerable para evaluar la importancia cultural de unos bienes que aún hoy se mantienen en activo, con el propósito de programar actuaciones trascendentes dirigidas a su conservación, difusión y desarrollo. De esta máxima surgió la idea de restaurar las lápidas cervantinas que el Ayuntamiento de Sevilla colocó en 1916.

Bien satisfechos podrían sentirse hoy los señores Montoto y Gestoso si comprobasen como cien años después el resultado de su trabajo sigue vivo, cumpliendo su función original al convertirse en el centro de varios actos culturales que se están celebrando en el contexto del IV centenario de la muerte de Miguel de Cervantes.

El origen de estas placas que hoy nos resultan tan familiares se remonta a marzo de 1915 con la constitución por Real Decreto de la Junta Provincial de Sevilla para conmemorar el III centenario de la muerte de Cervantes. A su cabeza, Luis Montoto y Rautenstrauch redactó los estatutos, donde se exponían sus objetivos: celebración de honras en las Catedral, certamen literario y artístico, ejecución de un busto, colocación de lápidas, reedición de obras cervantinas y promoción de representaciones teatrales.

Pese a que a principios de año la prensa local avanzó el proyecto, su ejecución final se demoró hasta diciembre, provocando la premura que caracterizó la tramitación, realización y colocación de las lápidas. Afortunadamente, Montoto y el cervantista Rodríguez Marín ya habían señalado las ubicaciones y acordado la redacción de sus contenidos y José Gestoso ultimaba las trazas de las composiciones. Así, fue el historiador quien advirtió de la situación al alcalde D. Manuel Hoyuela y Gómez quien, entusiasmado con la idea, solicitó los permisos a los propietarios de los inmuebles seleccionados para proceder a su instalación. La tarea no fue fácil, ofreciendo episodios tan inverosímiles como el ocurrido con la lápida de la calle Adriano, una de las últimas en disponerse debido a que la propietaria de la vivienda había ingresado en el Convento de la Encarnación sin haber dado una respuesta clara a la petición municipal. Mientras, en el taller de Mensaque se aceleraba al máximo la ejecución de los azulejos, contando con la asistencia de José Recio Rivero, que estampó su rúbrica en las piezas que él mismo trabajó. De este modo, las primeras fueron colocándose en las calles Núñez de Balboa, Santo Tomás, Castelar, la Costanilla, Santa Paula y en la Plaza del Pan, según se notificaba a la Alcaldía. Afortunadamente, antes de que finalizara el año quedaron las veinticinco fijadas en sus lugares correspondientes, dando incluso tiempo para regalar una a Jorge Bonsor que hoy se conserva en Carmona. Congratulado el Ayuntamiento por la culminación de la gesta, se aprobó el abono de la factura que ascendió a 450 pesetas, 18 por cada lápida.

Recorrer hoy el itinerario fijado por estos bienes supone una experiencia intelectual que nos lleva a comprender la vida social que diseñó la Sevilla del siglo XVI a través de las escenas y personajes que Cervantes plasmó con absoluto realismo en sus Novelas Ejemplares, así como otros escenarios representativos de la azarosa estancia del escritor en nuestra ciudad. Releer aquellos pasajes en los enclaves donde Cervantes los situó nos permite resucitar la idiosincrasia de aquella Nueva Roma, cuyos aspectos iconográficos y sociales aún pueden atisbarse como herencia histórica encerrada en estos espacios vitales, que son también los escenarios de nuestra vida cotidiana.

El fruto de aquel esfuerzo fue una actividad cultural de primer orden al difundir aspectos literarios e históricos de un escritor reconocido internacionalmente, Miguel de Cervantes. Con la perspectiva de un siglo, resulta admirable el carácter pionero de la idea desarrollada por Montoto, Gestoso y Rodríguez Marín en 1916, pues en su configuración se adelantan los requisitos que en 2008 el Icomos planteó para definir el concepto de itinerario cultural como herramienta de gestión patrimonial. De este modo, el valor de estos bienes reside en la conformación de conjunto funcional que pone en valor los enclaves urbanos como testimonios históricos con el fin de rescatar una obra literaria de relevancia universal y la historia de una ciudad que entonces era cabeza de Occidente.

Desgraciadamente, el urbanismo feroz de la segunda mitad del siglo XX destruyó un total de seis lápidas, pero la consideración patrimonial que hoy han adquirido ha motivado que sean consideradas como monumentos públicos, figurando como bienes relevantes en herramientas de gestión urbanística y fomentando experiencias como las que en estos días se centra en su restauración, lo que garantizará su conservación al menos durante otros cien años más.

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