La tribuna

Gumersindo Ruiz

Las razones de Europa

AUNQUE este semestre la Unión Europea (UE) estará muy presente entre nosotros, al tener España la presidencia, que se establece por turnos, la idea de Europa no es algo que figure ni entre nuestras principales preocupaciones ni ilusiones. Las recientes elecciones al Parlamento Europeo en España pasaron sin pena ni gloria, como una confrontación política más, sin que se aprovecharan para debatir asuntos que nos interesaban directamente. Porque hay temas que son responsabilidad de los gobiernos nacionales, pero otros, como la política energética (de la que vivimos un episodio hace un año frente a Rusia cuando cortó el suministro de gas), la de seguridad y defensa (con una posición clara ante conflictos como el de Afganistán o el terrorismo), o la de medio ambiente, que requieren no sólo una coordinación, sino actuaciones comunes.

España asume la presidencia con dos circunstancias especiales. Una, la crisis económica que, pese a la recuperación esperada de la actividad económica y la superación de los problemas financieros, va a dejar sin empleo a millones de personas. Y otra, la presencia por primera vez de un presidente fijo, el belga Herman van Rompuy. Habría que añadir la entrada en vigor del Tratado de Lisboa, que se dibujó hace ya diez años, y tiene como objetivo convertir a Europa en líder mundial en competitividad y desarrollo tecnológico.

Aunque seis meses es un tiempo muy corto, España podría actuar en tres frentes. Uno, sobre las dos cuestiones ya propuestas por el presidente del Gobierno: la crisis económica y las políticas medioambientales; entre ellas hay cierta relación, y en el plan del Gobierno de economía sostenible se propone desarrollar nuevas tecnologías energéticas limpias como forma de impulsar la actividad económica y el empleo. De hecho, en este plan se encuentran también políticas que responden a debilidades europeas, como son potenciar la formación, la investigación teórica y sus aplicaciones tecnológicas.

Otro frente serían cuestiones concretas que interesan a España y también a la UE. Por ejemplo, medidas sobre el sector turístico, de manera que las inversiones que necesita el sector se hagan desde la UE; además, si la oferta turística europea llegara conjuntamente a nuevos países que tienen cierta capacidad de demanda, sin duda repercutiría en el turismo español que está bien posicionado.

Una tercera línea, más delicada y difícil, es una salida europea a la crisis como algo que vaya más allá de las políticas nacionales. La situación de los 27 países de la UE es dispar; en los últimos años España ha aportado una fuerte demanda de consumo, infraestructura de comunicaciones, construcción de viviendas, grandes empresas financieras solventes, y de otros sectores como la energía y telecomunicaciones, y ha absorbido mano de obra de los nuevos países de Europa del Este. Hemos disfrutado del euro como moneda fuerte, unos tipos de interés bajísimos, la desaparición de las fronteras, el impulso al comercio y competencia, que han reducido los precios.

Pero algunas de estas fortalezas han actuado en contra nuestra y son hoy debilidades, y en el momento actual no hay medidas de política económica que pueda tomar ningún gobierno en España que permitan volver a la situación anterior, sobre todo en creación de empleo. Una salida europea de la crisis supone que los gobiernos nacionales cedan soberanía, asuman nuevas responsabilidades y obligaciones, y se redefina el papel de la UE en relación a problemas que se han originado en el marco europeo, como los provocados por la integración de nuevos países o la política monetaria y financiera única.

La Europa actual ha sido construida a partir de las ruinas de las guerras y de las dictaduras; no es sólo una potencia de quinientos millones de personas y la primera economía del mundo, sino el área más importante en cuanto a democracia, paz, prosperidad y justicia social. La Europa de la competitividad y la tecnología es también la de las conquistas sociales y el bienestar. El gran reto de la UE es conseguir una identidad cívica y seguir conciliando la diversidad nacional con el hecho de pertenecer a Europa.

Pero, sobre todo, hay que encontrar nuevos equilibrios, digiriendo los empachos de nacionalismos y subnacionalismos regionales, entre la necesaria responsabilidad de los gobiernos nacionales y la supranacional. Van Rompuy, el nuevo presidente, es conocido por los breves poemas con los que adorna sus intervenciones; en uno de ellos habla de "un palacio resucitado en la montaña, lleno de luz y verdor, en plena gloria", que bien podría ser una buena imagen para la vieja y nueva Europa.

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