Feria de Abril

Primer día sin lluvia en un real hasta la bandera

  • La gente aprovechó el final de las inclemencias atmosféricas para disfrutar con la visión del paseo de caballos e intentar abrirse paso en unas casetas atestadas

Primer día sin lluvia en lo que va de Feria. Y la gente, que en Sevilla no sabe caminar con paraguas, salió sin complejos a tomar el real. La mañana amaneció soleada pero fría, y ese relente, que en otras circunstancias sería un obstáculo, se veía como auténtica bendición. No cabía un alfiler en las casetas y por lo visto la entrada también era importante en los toros. La gente se animó. Sólo en los yates atracados en el muelle de las Delicias parecía respirarse una tranquilidad aparente. Hace cinco siglos salían los barcos de Sevilla en busca del oro. Ahora hay que tenerlo, el oro, para llegar por vía fluvial a la ciudad. El barco que no le dejaron coger a Cervantes.

La Feria recobraba su normalidad en el quinto día de abono. En la recta final. Se caminaba a duras penas: por las calles del real, por los tablaos de las casetas, por los mostradores, por la calle del infierno. Hasta la entrada de la muy exclusiva caseta de Pineda simulaba una botellona con pedigrí. Los paseantes se intercambiaban información: el que había visto a la duquesa de Alba, vitoreada de forma espontánea, con Carmen Tello en coche de caballos, por fin los tiros míticos reinando en el pavés; el que se sabía el nombre del marido de Ana Rosa Quintana, que la víspera no se vistió de corto por culpa del mal tiempo. La Feria con buen tiempo es una portada permanente de la prensa del corazón.

Lola González, catedrática de Literatura, acababa de aterrizar. Venía de otra Feria, pero del Libro, en Bolonia, la ciudad italiana que más aparece en las pintadas de Sevilla. Es especialista en literatura infantil. Al final de las casetas, donde empieza la calle del infierno, se extiende un mundo de magia y metalurgia, de émulos de los hermanos Grimm. Por fin se recuperan de las zancadillas del tiempo. Son dos mundos adyacentes.

La luz devolvió la alegría a la Feria. La alegría, la mentira más hermosa de la ciudad de Sevilla. Basta con probar la infalibilidad del principio de Heráclito si te invitan a una caseta. Cuando vas a la caseta de marras, pueden ocurrir muchas cosas: que el anfitrión que te invitó no esté; que la mesa que te asignó un pariente es de uno de los socios, que saca los papeles de la enfiteusis; que la mesa está reservada -reserbada en la caseta de Mercasevilla-; que venga usted más tarde o que olvides una de las normas básicas de la alegría según Sevilla: por lo general, invitarte es sinónimo de que ni se te ocurra acudir. Y menos si apareces con la parienta, los niños, el cuñado, la cuñada y dos sobrinos la mar de salados. Tres de flamenquines con patatas. Oído cocina.

Jerónimo Mingorance sale con prisa de la Feria. Va a recoger a su mujer porque van a los toros. Por fin hay toros. Ya era hora. Durante tres días seguidos, Jerónimo vio en la Maestranza a Toro Sentado. Los extranjeros disfrutan una barbaridad. El sur siempre es más espontáneo que el norte. Por la dieta mediterránea o por los fenicios. Un francés con la palabra Jamaica en su camiseta y una francesa con traje de flamenca improvisan un baile junto a la caseta de la Autoridad Portuaria. Hablan entre ellos. Las palabras susurradas en francés suenan como besos. El amigo que siempre iba a la caseta ha cogido a la mujer y a los niños y se han ido a Venecia. Una mesa libre en los lugares que frecuentaban en cada Feria. Empiezan a surgir los planes de escapadas próximas: a las playas, ya cicatrizado el malentendido del alcalde en su primera Feria, a la sierra, a las ventas, al parque del Alamillo o a alguna capital europea unida con vuelos baratos. Cualquier ciudad de esas rutas culturales llenas de ríos, catedrales y museos es más asequible al cambio que tres raciones en cualquier caseta.

En la de la Prensa hay lagartitos de Aracena. "Es secreto con mojo picón", dice el camarero. Los secretos no se revelan. La Feria encamina con buen tiempo su crepúsculo. Una caseta insinúa el cambio de tercio. Peña Rociera de Sevilla, se lee en su pañoleta. La fiesta de Pentecostés, más itinerante y campesina, más nómada. La Feria es sedentaria y urbana o ésa es su vocación, porque la aspiración final es coger una mesa y cuatro sillas y que te las den todas. En la caseta de Farmacéuticos habrán tenido que poner las tortillas de aspirinas, porque han debido acabar con el género del continuo vaivén de personal. De las lluvias se pasó al aluvión de gentes. La bendita rebelión de las masas, nada orteguiana; una rebeldía contra la monotonía, contra el más de lo mismo. La primera revolución abanderada por los conservadores, con unas cuantas casetas de rigodón que simbolizan el despotismo ilustrado: todo para el pueblo, pero sin el pueblo. Que iba buscando el palacio de Invierno y dio con las casetas de distrito.

Proliferan por doquier brindis y abrazos. Himno de la alegría. La mentira más hermosa.

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