Felipe González dijo ayer que lo que ocurre en Cataluña es lo más grave de los últimos 40 años y Juan Carlos Rodríguez Ibarra dijo que con los catalanes no hay nada que negociar y que aboga por una coalición entre PP y PSOE para afrontar unidos un problema que obliga a tomar decisiones importantes.

Ninguno se han caracterizado por acomodarse a las conveniencias y callar. Todo lo contrario. Cuando el país atraviesa una situación tan delicada, cuando son tantos los que callan por temor al qué dirán o a las represalias, o simplemente para no verse señalado, se hacen inevitables las comparaciones, sobre todo en la generación que vivió la Transición o sus últimos coletazos.

Generación a la que parece injusto que se haya apartado del primer plano a voces válidas, a algunos de los que más saben de estrategia política, a algunos de los que han demostrado un patriotismo a prueba de toda clase de avatares, y a algunos con la cabeza muy ordenada, para dar paso a nuevos dirigentes que, con excepciones, son ejemplo de mediocridad, inseguridad, analfabetismo y demagogia exacerbada. Políticos que han hecho de la mentira una de sus señas de identidad y que no conocen la historia de España, sino que la manipulan a conveniencia.

No hay punto de comparación entre éstos y aquéllos, entre los que levantan la cabeza como gallitos para conseguir su minuto de gloria y los que se empeñaron a fondo en construir una sociedad nueva que pudiera superar sin excesivos costes el paso de una dictadura a una democracia.

Las cosas serían muy distintas si políticos como González, Ibarra y otros estuvieran en activo y en cargos de responsabilidad. Pujol ha caído por su inmoralidad, pero tenía cabeza política. Pero personajes de la política catalana como Roca, Solé Tura y no digamos Tarradellas merecen estar en un cuadro de honor, en el que de ninguna manera tendrían hueco Puigdemont, Colau, Mas o Junqueras. Éstos hacen bueno el "cualquier tiempo pasado fue mejor".