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Leo la noticia de que Ciudadanos presiona al alcalde de Sevilla para que acabe con las cotorras. Ya, que acabe ya. No mañana ni pasado, sino ya. Y de inmediato y con la misma rapidez que para la extinción pide Ciudadanos, también ya, me voy a mi grupo de WhatsApp madres perfectas.com y suspendo el café a las seis en Abilio. "¡Chicas, que vienen a por nosotras. Un exterminio de cotorras!"

Sobrecogida, sigo leyendo la noticia y mi asombro aumenta renglón tras renglón. Dice que la plaga de cotorras no es una especie autóctona y que, sin embargo, está acabando con las que sí lo son de Sevilla. Mis amigas, las madres perfectas.com, no se aclaran con la palabreja: ¿Y que no es una especie autóctona qué leñe es? Pues que no son ni de Triana ni de La Macarena, de la Puerta de la Carne o la de Carmona, ni tampoco de la Calzá o el Polígono, que no han salido de un huevo puesto en el parque… Que vienen de muy lejos. Y ya ves, tiene guasa decir Ciudadanos que las cotorras no son autóctonas… ¡Pero si no hay especie más nuestra que las cotorras! Cotorras de bloques de vecinos, cotorras de cofradías, cotorras de cajeros del súper, cotorras de ambulatorios, cotorras de sillas de Semana Santa, cotorras de casetas de Feria… Pues anda que no hay plumajes en Sevilla.

Para esto no hacía falta la intervención del Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Y hasta me resulta digna de asombro la preocupación que tiene el concejal Javier Moyano con la desaparición del murciélago gigante, porque digo yo que tampoco sería tan malo acabar con algún chupasangre tipo ERE, sobres negros, subvenciones por doquier... Pero acabar con las cotorras en Sevilla es una utopía, señores. Esas que se juntan en las Juntas, las que cacarean en bares emblemáticos de nuestra hispalense, las de algunas hermandades gubernamentales, las cotorras políticas de bellos colorines electorales que, a la hora de la verdad, terminan ahuecando el ala. Esas cotorras, las que aprenden a repetir sin argumentos, un eco de la mano que da de comer. Porque Sevilla está llena de aves que pican las migajas del que más pan eche al suelo, aunque se arrastren y tengan que imitar un arrullo que ni entiendo ni comparto.

Ahora en serio. "Valentía para tomar las decisiones que Sevilla necesita" es lo que han rogado a Juan Espadas por el tema que tanto preocupa al CSIC. Hasta lo llaman cobarde. ¿Cobarde Espadas?, que hasta ordenó liarse a tiros con las cacatúas, como si el parque fuera la finca de una cacería. Aquello duró hasta que los animalistas pararon los tiros. Las cosas han llegado a tal estado, que si la Infanta María Luisa levantara la cabeza se encerraba en el Costurero a rezar un Ave María. Porque miedo da meterse en los nidos del miarmeo, el compadreo y el flamenquito jondo sevillano. Mientras tanto, ya he quedado con mis madres perfectas en la azotea de la Torre Pelli. Desde allí estaremos al loro de todo lo que ocurra en esta ciudad. Tan alto no creo que alcancen los perdigones.

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