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Para quien lee no hay mayor placer que deambular por las estanterías de una librería, en busca de algo o de nada, o por el simple placer de ver qué es lo que se destaca entre tantas páginas con el afán de cazar alguna de la que haya oído hablar o que le seduzca en ese momento en el que se debate entre si leerla o no leerla. Ojeando y hojeando estaba yo el otro día cuando encontré un divertimento que pude enlazar de estantería a estantería. Arriba, en una de ellas descansaba la nueva novela de Javier Marías, Berta Isla y justo al lado, no sé si por azar o no, la de su buen amigo Arturo Pérez Reverte, titulada Eva. Cuentan que ambos escritores suelen cenar juntos una vez por semana y que durante su camino a casa se apuestan el invite basándose en cuántas personas son capaces de reconocerlos. Decía un periodista de este mismo diario en una columna titulada Irma que las catástrofes naturales más devastadoras recibían nombre de mujer; correlación semántica aparte.

Saltando a otra temática me encontré con una obra de Almudena Grandes, escritora y columnista de los lunes de un medio español, razón por la cual cuando aún estudiaba escogía ese día para consumir prensa en papel. Inés y la alegría era uno de los títulos destacados de la balda. Compartía espacio con una de las novelas eróticas más atrevidas de la literatura española, Las edades de Lulú, llevada al cine poco después por Bigas Luna. Intencionado o no, era la tercera que se encontraba con tributo onomástico escrita por la madrileña. Terminaba el espacio con Malena es un nombre de tango. No muy lejos, girando solo un poco hacia la izquierda, en un recodo que da a un nuevo estante Rosa Montero escribe Historias de mujeres. En la descripción de la tapa trasera la intención de la autora queda expuesta así: "Esta obra es todo lo contrario a un catálogo hagiográfico de mujeres perfectas", reza. Siguiendo en bolsillo Isabel Allende se muestra con Inés del alma mía y, Marianela, de Benito Pérez Galdós, se cuela entre tanta narrativa actual. Ana Karenina de León Tolstói recuerda el frío estepario de la literatura rusa. Y una sigue así, de salto en salto, enlazando obras con nombre propio como los huracanes y las tormentas y se topa con una de las más famosas de Leopoldo Alas Clarín. Una edición de bolsillo de La Regenta que coge un hombre con pinta de profesor de instituto. A la espalda, descansan la historia de Ana Frank plasmada en un Diario, El alma de las mujeres, a la que se sigue la anotación de «novela neoepistolar» y, a la derecha, La moderna Atenea, gran oxímoron. Siguiendo la línea, pasada ya a la parte anglosajona, la historia de una tal Alias Grace. En uno de los estantes centrales descansa otro libro: La gente feliz lee y toma café y a mí no se me ocurre mejor final para esta historia que precisamente ése.

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