El de Salvados tuvo que preservar el tema que iba a abordar su programa para evitar la fuga de espectadores. Maldita depresión. Tan estigmatizada. La estrategia, de todos modos, salió bien. El formato cumple diez años de exitosa andadura, y el estreno de la nueva temporada se lanzó con una incógnita. Sin avanzar a qué tema se iba a dedicar la entrega. Lo que despertó la curiosidad del respetable.

El resultado mereció la pena. Con una puesta en escena cinematográfica, fotografía exquisita y planificación inteligente, fue uno de esos programas que dejan poso. Estructurado en tres actos, y contando con un material humano excepcional: los voluntarios que se prestaron a salir del armario para que pusiésemos rostro a la enfermedad, acompañados por una dos profesionales de Valencia y Barcelona. El programa supuso una experiencia inmersiva de primer orden. Para lo cual fue imprescindible prescindir de anticlimáticas pausas publicitarias.

No es lo mismo tristeza de depresión. Lo dejó claro una y otra vez el músico de Vigo que contaba con suficientes ingresos como para pagarse un terapeuta privado. Bueno, varios, hasta que por descarte logró encontrar al cómplice necesario, aquel que le iba a sacar del atolladero que conduce al abismo. Partiendo de la tristeza salen muy buenas canciones, muy buena literatura, mucho arte. Desde el pozo de la depresión no hay inspiración que valga. Este y otros conceptos quedaron claro a lo largo de una hora de televisión modélica sobre un asunto que a todos nos concierne. Uno de cada cinco españoles son potenciales pacientes de salud mental a lo largo de nuestra vida. Lo peor es que el sistema público no está preparado para atenderles. A pesar de que en 2030 esta enfermedad liderará el ranking entre los causantes de la incapacidad laboral. Al final hubo lágrimas. Pero el programa fue sobrio, sutil, contenido. Alejado de cualquier chantaje sentimental.

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