La frase de Fiodor Dostoievski "La moneda es libertad acuñada" se ha puesto de moda. La esgrimen todos aquellos que se rebelan contra la desaparición del dinero en efectivo. Algunos de ellos mantienen posturas fantasiosas, queriendo ver en esta tendencia actual una conspiración global para someter al mundo; otros incluso la conectan con este pasaje del Apocalipsis: "Y que ninguno pudiese comprar ni vender, sino el que tuviese la marca o el nombre de la bestia, o el número de su nombre". Pero hay otras muchas opiniones que proceden de fuentes bien acreditadas. Tampoco las que están a favor de su eliminación faltan.

Sin ir más lejos, hace unos días, Brigitte Zypries, la ministra alemana de Economía, se manifestó defendiendo el uso del efectivo, basándose en un informe del consejo de expertos que la asesora. Sin embargo, frente a ellos, economistas tan afamados, como Kenneth S. Rogoff, se posicionan en sentido contrario. Así, este profesor afirma al comienzo de su libro "Reduzcamos el papel moneda", publicado el pasado Marzo, que "Deshacerse de la mayor parte del dinero en efectivo nos ayudaría más de lo que podría pensarse", proponiendo que sólo se mantengan los pequeños billetes; o mejor, sólo las monedas.

Rogoff hace cuentas y encuentra que, a pesar del auge de los medios de pago electrónicos, sigue habiendo una cantidad ingente de billetes en circulación. Tanta, que cada familia americana de cuatro personas tendría que tener 13.600 dólares en casa; o 12.800 euros, cada alemana. Dónde está todo ese dinero, entonces, porque esto claramente no sucede: los grandes billetes están detrás de las actividades ilegales: economía sumergida, tráfico de drogas, crimen organizado, extorsión, corrupción de funcionarios y políticos, tráfico de seres humanos y lavado de dinero.

Es el lado oscuro del dinero, y es suficiente motivo, defiende Rogoff, para eliminarlo, evitando, eso sí, posibles perjuicios, como la exclusión financiera -subsidiando smartphones y tarjetas de débito- o la invasión en la privacidad de las personas. Por su parte, los expertos alemanes consideran esto desproporcionado: se han limitado los pagos en efectivo, desaparecerán pronto los billetes de 500 euros, y hay que seguir tomando medidas, pero sin llegar tan lejos.

Con todo, el desacuerdo radical reside en un motivo diferente. El dinero en efectivo frena la aplicación de tipos de interés negativos, por el miedo a que la población acuda a retirarlo masivamente; sin dinero físico, no habría "corridas bancarias". Así que, Rogoff ve en su desaparición una enorme ventaja: no habría límites para la política monetaria, como sí los hubo en la crisis pasada, dice, en la que se deberían haber establecido intereses del -4% o el -5%. Por el contrario, los alemanes no lo aprecian como ventaja: los tipos negativos son de una aberración inaceptable.

La frase de Dostoievski nos cautiva, porque es cierto que aunque cada vez lo utilicemos menos, que el dinero físico exista nos tranquiliza: ¿es que intuimos que quedarnos sin él sería entregar nuestra libertad y otorgar demasiado poder a gobiernos, bancos y bancos centrales, o es sólo miedo y resistencia al cambio?

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