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Hacía muchísimo que no veía a Máximo Pradera. Ni en televisión ni en persona. El encuentro se produjo en el arranque de los Cursos de Verano de la Complutense en San Lorenzo de El Escorial, a donde fui invitado a pronunciar una conferencia sobre Música y poder. Viendo y escuchando sus formas de comunicador nato, uno se pregunta por qué fue apeado del medio todopoderoso. Quizá entra dentro de lo normal que su sutileza haya tenido que encontrar acomodo en la radio, ejerciendo de experto musical. Sin renunciar ni una pizca a su carácter sarcástico, una cualidad que él mismo definió como mezcla del sentido del humor con lo siniestro, que no hay que confundir con lo cruel.

Viéndole comentar piezas del canto luterano, de Juan de la Enzina y Palestrina, de Stravinsky o de la mismísima Mari Trini, aderezadas con las dosis justas de ironía, volvía a reparar en que es una verdadera pena que la televisión haya perdido, tal vez para siempre, a uno de los rostros que trajeron aires de verdadero cambio con la llegada de las privadas. Sucedió en 1995 con Lo + plus. Y se acabó en 2001 con el late de Antena 3 Maldita la hora.

Comienza la 30 edición de los Cursos de Verano, donde he asistido a decenas de conferencias de ilustres comunicadores. Que recuerde, solamente hay dos que desde el estrado hayan reconocido no haber terminado siquiera los estudios de Periodismo. Que su paso por la universidad no concluyó con el título. Uno de ellos es Máximo Pradera. El otro, Ignacio Escolar. Ambos tienen en común ser hijos de grandes popes de la profesión periodística. Nadie duda de sus talentos y de su oficio, pero por vía familiar contaron con una ayuda para ser escuchados. Uno se pregunta qué habría sido de ellos, de Máximo y de Ignacio, si hubiesen nacido en el seno de una familia anónima de Martos, Ayamonte o Carmona.

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