TIEMPO El último fin de semana de abril llega a Sevilla con lluvia

DERBI Horario y dónde ver el Betis-Sevilla

Se pierden las llaves, que nunca están en el lugar donde se dejaron. De la misma forma que se pierden los trenes que pasan una vez en la vida, o eso cuentan. Se pierden las maletas en los aeropuertos, que descansan desamparadas en un cuarto de estanterías altísimas de donde nadie las rescatará. Se pierde todo, como la vergüenza, cuando van pasando los años y las normas no son más que barreras estúpidas que crean distinciones y se saltan a conciencia. Se pierde el deseo, las ganas y la sonrisa entre tanto negativismo desbordado. Se malgasta el dinero en los caprichos y las rutinas más insanas. Se pierde la cabeza, a veces, por quién no se debe. Se extravían los paraguas -con tanta facilidad- que la industria a estas alturas ha de estar al tanto para generar los excedentes que nos salven de los días de lluvia. Se va el poder adquisitivo, poco a poco y sin que nos demos cuenta, para que luego nos lo relaten las portadas de los periódicos en forma de porcentajes a modo de alarma. Se pierden las formas, en ciertas ocasiones y sin motivo aparente. Se esfuman los amores de verano, que tienen la vida de unos cuantos meses. Igual que el contacto con aquellos a quienes quisimos como si nunca fueran a perderse. Es la vida, que nos aleja de los amigos y nos acerca a la mediocridad del horario ininterrumpido. Se pierde el pelo, también, la tersura de la piel, la belleza lustrosa de la juventud. Los partidos de fútbol los domingos, las elecciones, los concursos... Tantas cosas... Llamadas. Números de teléfono. Palabras. Miradas. Encuentros. En la misma línea que oportunidades que no volverán, por miles de motivos. Se pierde el olfato, la vista o el oído. Ah, y los dientes. Además de la esperanza y eso que dicen que nunca se pierde. Otros, pobres, dan de lado al norte. Yo no sé ni dónde está eso, así que no sé cómo se pierde. Desaparecen los anillos y las horquillas, ¡con qué facilidad se disipan las horquillas! El apetito, también, si algo que ronda la mente aún no ha sido solucionado. El sueño en las noches de verano en las que el calor aprieta de manera asfixiante. Los barcos que transportan arroz. A esos ni se les espera porque no se sabe ni dónde están. Se esfuman los finales de las películas del prime time. Se pierde peso, altura y las voces en el interior de una cueva cuando el eco se calla. El tiempo, que es de las cosas que más se pierde, malgastado en las pantallas volátiles que nos aportan poco aunque pensemos lo contrario. Se pierden los niños en las playas y en los centros comerciales, aunque siempre logran reencontrarlos.

Todo en mayor o menor medida se acaba perdiendo. La vida es soltar. Pero, qué curioso ¿no? Hay casos -aunque excepcionales- en los que cuando uno pierde, misteriosamente acaba ganando.

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