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Análisis

José Ignacio Rufino

¿Puentearán los datos al médico?

Grandes compañías de EEUU ofrecen mejoras del seguro médico promocionando el control del paciente de su propia saludInfinitos datos ayudan al 'médico sin papeles' a realizarse consultando en internet

Durante un tiempo estuvo muy de moda Freakonomics, una visión juguetona y heterodoxa de la economía que después acabaría en un libro de Stephen Dubner y Steven Leavitt. Siguiendo la estela del psiquiatra Carl Jung, su economía friki planteaba asociaciones de causa efecto entre, por ejemplo, el nombre que se da a los recién nacidos y su trayectoria profesional futura. Quizá por eso, para subvertir la pobreza crónica de padres a hijos en Sudamérica mucha gente humilde da nombres rocambolescos a sus inocentes vástagos: Deyoneisi o Disney Landia, Badmington o Email. Las relaciones que subyacen entre ciertas acciones aparentemente inconexas puede afectar a cosas más importantes que ésta (quizá los pobres pequeños condenados a un nombre no piensen igual): hace poco traíamos aquí el hecho de que la lucha de la Administración Trump contra la dispensación y consumo desordenado de antidepresivos y opiáceos en blíster en vez de en papelina estaba dando lugar a la resurrección de un sustitutivo de dichos fármacos, la heroína, más barata y de nuevo en auge de producción, distribución y consumo. La escasez de condones tras la Segunda Guerra Mundial llevó a la práctica generalizada de la "marcha atrás", lo cual acabó por dar lugar a un notable incremento de la neurosis en la Europa de los años 50 del XX. No disparen al pianista: quien decía eso era una tal Wilhem Reich, creador a su vez del Orgasmatrón y discípulo de Freud igual que Jung. Eso recuerdo que nos contó Pedro Romero de Solís en una clase de Sociología hace unos 35 añitos de nada. Qué tiempos tan universitarios me parecen aquéllos ahora.

La relación entre variables es la base de la interpretación de los porqués de la propia Sociología o la Economía, aunque la elaboración de modelos de interpretación de dichas asociaciones puede dar lugar a peregrinas o incomprensibles -e intransferibles- propuestas que quedan en el limbo de la academia y su meritocracia, a veces tan lejana de la realidad como cercana a los esquemas de promoción de moda en las universidades a lo largo del tiempo. Sin embargo, fuera del rigor metodológico que encorseta, da calor en la categoría salarial y bien puede acabar en humo, hay un cierto periodismo y conocimiento experto fuera de la torre de marfil que sí aporta evidencias que pueden ayudar a la labor política y la mejora de la sociedad local o de mayor alcance.

Esta semana hemos conocido por -cómo no- The Economist, que varias compañías estadounidenses de referencia como Amazon o JP Morgan comenzaban a ofrecer a sus empleados más baratas y mejores condiciones de sus seguros de salud. Y la clave para ello pasa por seguir una pauta que hasta ahora era un anatema: que el paciente se erija en cierta medida en su propio médico. Con mayores o menores restricciones legales, ya es posible obtener no sólo análisis de sangre, sino la secuencia del propio genoma en un mercado paralelo de análisis clínicos. El smartphone, esa arma total que va camino de ser el sustituto de nuestro cerebro y de nuestro corazón, puede permitirnos monitorizar nuestra salud, y hacer el papel de gestor de nuestros datos médicos, facilitándoselos a quienes consideremos más adecuados aun sin verles la cara ni el fonendo… también por medio del uso de datos. Esto constituye otro giro copernicano propiciado por la infinita cantidad de información y formas de procesarla que está al alcance de un clic o hasta, ¿lo veremos?, un pensamiento. Si en todo español hay un médico vocacional agazapado, el universo digital en el que ya navegamos sin vuelta atrás, estamos de enhorabuena. Seremos nuestros propios médicos. (Qué vértigo me ha dado. ¿Será una crisis de pánico? Voy a ver qué me puedo tomar.)

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