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La pachorra estadística del EGM, boceto sociológico frente al sismógrafo (a veces discutible) del audímetro, viene a confirmar la tendencia del desencanto ante la llamada nueva política. Tras los años de utopía lírica frente a la insalubre corrupción, la mayoría de la gente vuelve a apartarse de los políticos, sean de cuño reciente como de siglas antiguas, y rebrota el escepticismo y hasta el hastío. A La Sexta y a Cuatro le alegran la vida con Ignacio González con esposas y a Esperanza Aguirre de magdalena boba, pero la sensación es que todo este teatrito madrileño ya debió estar desenmascarado desde hace años. Ni el pasado era sostenible ni el futuro prometido es la solución. Al final los votantes se ponen de perfil, como este presidente, y la audiencia prefiere mirar a otro lado. O irse con la música a otra parte.

El bajón de la SER es muestra del desapego a los contenidos políticos y politizados. En esas se crece la figura de Carlos Herrera, en la COPE, quien también muestra abiertamente sus simpatías en un programa a su vez abierto, pero que luce una segunda mitad donde lo políticamente correcto se deja en la repisa y aflora la sinceridad general. Si los dos millones es su techo, está por ver. Y la jubilación, también. Herrera en COPE recoge al oyente más tradicional (el más fiel). Es un programa personal que sigue el público allá donde vaya. Está en la COPE pero no suena a COPE. Lo mismo se puede decir de Paco González y su cuadrilla. Al final los poseedores de la esencia del histórico Carrusel se fueron a la competencia. De la Morena, en la medianoche, sin embargo, estaba sostenido por los postes de la SER y no por su carácter personal. Le pesa tantos años de broncas y de una arrogancia de puertas para adentro que se huele de puertas para fuera.

Los datos del EGM no son aritméticos aunque sean matemáticos. Son cifras de hábitos sociales muy valiosas que nunca se pueden contemplar con cortoplacismo, justo el defecto que germina cuando la losa es un audímetro o una encuesta de intención de voto.

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