Análisis

Fernando Huidrobro

Miembro de la Academia Andaluza de Gastronomía y Turismo

Sal de ahí

De La Habana ha venido un barco cargado de... ¡SAL! Sí, porque hasta allí, que están a la cuarta pregunta, deben andar produciéndola a ver si así, con salero, salen de su ruina. Y es que el mundo mundial se ha metido en salazón y se ha salido de madre con esta monomanía salobreña. Apenas deben quedar un par de pueblines desalados que no produzcan su propia sal y la vendan como la mejor. Me temo que con su pan se la comerán.

Quién les iba a decir a los ejecutivos y accionistas de "di Sal" que a su gorda y fina de mesa, metidas en paquetes de plasticata transparente que nos llevamos a casa por kilos, les iba a salir tanta, tan lujosa, pija y cara competencia. Al marketing, sí, sólo al maldito márquetin que se apoderó de nosotros y nuestros salarios, se le puede echar la sal de la culpa de lo que pasa, es decir, de que vayamos como saltimbanquis, saltando de flor a escamas, de cristalillos a pirámides de sal. De la de la mar a la de las montañas del Himalaya, de la de nieve a la de playa, de la rosa a la blanca pasando por la gris para llegar a la negra, de la amarilla de limón a la roja atomatá, de la ahumada a la especiada. La Sal nos sale por las orejas.

Montones de sal. Para regalar, para dar y tomar aunque ya no nos sirva para pedirla el habitual "pásame la sal", que nos hace quedar como catetos ignorantes que nada saben de la sal de la vida gastronómica. "¿La de escamas al vino tinto te va bien?", te contesta del tirón el resalao que menos te esperas como el que reza un salmo. Porque ya hasta el más soso es entendido en sales. Y no de baño.

Pero ni siquiera toda esa invasión de sales de cocina que ahora la gente hasta te regala y que acumulas en la alacena sin poder darle salida ni a base de ensaladas o salmueras, ni tampoco la demostrada insalubridad de su excesivo consumo, debe ni puede dejar de maravillarnos ante el gran milagro y misterio del efecto que una pizca de sal produce en los alimentos y su cocinación. Ningún otro ingrediente es tan básico, tan esencial, tan imprescindible, tan real y realzante. Porque sólo la sal da sabor a los sabores, incluso al de nuestros salinos ríos de lágrimas.

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