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Análisis

José Ignacio Rufino

Con amigos como éstos

Las conversaciones entre Eduardo Zaplana e Ignacio González confirman que la negligencia corre pareja al desahogoEs desolador que se diera poder a quienes resultaron ser chorizos

Permitan hoy la impudicia menor de hablar de mí en lo que toca a los artículos que la empresa editora tiene a bien publicarme desde hace años. Un amigo me echó en cara que había que "repartir la caña entre unos y otros, y no siempre entre los mismos" (él es votante del Partido Popular). Poco después, otro conocido llamado Antonio dio la de cal, y me espetó "Jodío, no hay manera de pillarte la traza"; se refería a la ideología. Como oí decir un día a Braulio, compañero del diario, "eso es lo bueno de no tener criterio", con ironía que merece ser comparada a la de Groucho. Si nos ponemos estupendos, prefiero atribuir la falta de rastro ideológico -rastro político, mejor dicho; rastro partidista, todavía mejor- a la crítica y libre pensamiento exigibles quien opina ante un público que no conoce: resulta cansina la previsibilidad, aunque ésta sea una estrategia de éxito dada la tendencia generalizada a querer leer lo que da la razón a tu alineamiento prêt-à-porter en el juicio. Al primer lector y a pesar de ello amigo, William, si ha empezado este artículo y ha llegado hasta aquí, siento decirle que esta semana toca seguir criticando "a los suyos", a quienes han dado cobijo y cargos de altísima responsabilidad y discrecionalidad a amigos tan nefandos como Eduardo Zaplana e Ignacio González. No puede un político equivocarse o ausentarse tantísimo del control sobre un subordinado a quien tan amplios poderes otorgó. Hasta el punto de no resultar creíble la sorpresa del Gran Jefe o Jefa al descubrirse el pastel trincón de altísimos vuelos que ha perpetrado dicho subordinado: un individuo de aire ejecutivo y triunfante que estaba a la postre en política "para forrarse", según, precisamente, la Doctrina Zaplana. Ni con lágrimas cuela la candidez. Como mínimo, cabe achacar negligencia dolosa a los más altos responsables que incubaron con o sin querer a la serpiente que hoy, de vuelta, muerde a su propio partido, robándole miles de votos. El título Con amigos como éstos no va por Braulio, William o Antonio. Va por Ignacio y Eduardo, y sus secuaces. Vaya regalito de amigos y correligionarios. Dudo que puedan ser de verdad una cosa ni otra, bien mirado.

Los no-amigos -según la fórmula neológica al uso- del PP son Ignacio González y Eduardo Zaplana; el primero recién descubierto para la causa, el segundo con solera mediterránea. Las conversaciones que les han grabado provocan una triada de sensaciones: estupor, vergüenza, repelencia. Qué nivel de desahogo. Qué lamentable constatación de la nula condición democrática de unos prendas erigidos -ay- en mandamases gubernativos. La creencia en la división de poderes (legislativo o parlamentario; ejecutivo o Gobierno; judicial) es la misma que la creencia de Bertrand Russell en Dios o la de Atila, Stalin o Hitler en la Declaración de los Derechos del Hombre. Sorprende en concreto una cosa en tales grabaciones: cómo tienen de claro que el Poder Judicial es un camelo necesario, una pamema de la Constitución. ¿Para qué tenemos Interior y Justicia, hombre? Con nuestros ministros, nos fornicamos a los fiscales y jueces que se escantillen ("A tomar por culo a Onteniente"), y los reemplazamos por los que nos convengan para ir a lo que vamos, que es forrarnos, y si hace falta por el camino -nada es perfecto- financiar al partido, en negro vestido de blanco. Eduardo Jordá escribía aquí el miércoles que no debemos ser ingenuos y fiarnos de la conciencia o decencia de las personas ante los cofres de oro que se nos puedan poner por delante: es necesario el control externo. De acuerdo, sin duda. Sucede que es poco creíble que las personas que así proceden cuando tienen poder no hayan sido siempre así. Y que no se les notara. ¡Mariano! ¡Esperanza!

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