Análisis

Gumersindo Ruiz

El antagonismo en el populismo nacionalista

Es difícil recoger la variedad de aspectos del fenómeno populista, aunque Cas Muddle y Cristóbal Rovira lo intentan en su pequeño libro de la Oxford University Press. Como síntesis de síntesis destacan que divide la sociedad en dos campos antagónicos: la buena y pura gente, contra una élite -social, política, económica, nacional o foránea- corrupta y dominadora. Dentro del movimiento populista, obviamente, no hay ni mala gente, ni corrupción, ni una élite manipuladora.

En la Unión Europea preocupan los nacionalismos que arraigan y gobiernan en Polonia, Hungría, Austria, y que en nombre de la identidad nacional cuestionan decisiones que se toman por los países e instituciones de la Unión. Estos países disfrutan las ventajas de pertenecer a la Unión Europea, pero sus dirigentes recurren persistentemente a agravios y a la resurgencia nacional, en un discurso donde se tacha de enemigo a todo el que lleve la contraria, sean los jueces o los medios de comunicación. Por primera vez en su historia la UE se plantea invocar el Artículo 7 del tratado, ante lo que se consideran serias rupturas de los valores comunes y la norma de la ley. La idea de que alguien viene de fuera y se lleva algo tuyo es fácil de inculcar tras la pérdida de peso de las clases medias, y un sentimiento general de inseguridad en el futuro. El aumento de las desigualdades en la renta y la riqueza se añade a lo anterior. Y, por último, en Europa la gente puede ser socialmente compasiva con los inmigrantes y refugiados, pero no cuando llegan sin un proyecto claro y concreto de integración laboral.

Ninguna de estas características define el nuevo nacionalismo populista catalán, excepto el nativismo y la queja perpetua -económica, social, cultural- como estrategia política para ganar votos, junto con la propagación de ideas nacional socialistas populistas. Hay un ejemplo de esto último en cómo se machaca en torno a la ley autónoma de pobreza energética, suspendida por el Tribunal Constitucional, al considerar que ante el impago de los recibos no puede hacerse recaer la responsabilidad del corte solo en la compañía que suministra, sino que debe haber una acción pública para mediar en el pago. Esto viene de un fallo de coordinación en las administraciones catalanas, que no actuaron a tiempo ante el aviso de corte a una anciana -que vivía en pobreza extrema, no solo energética-, y murió al arder la casa por una vela. Posteriormente, junto a una fuerte multa a la compañía, se encargó un algoritmo que identifica los riesgos probables de impago en familias pobres, y permite actuar a las administraciones con tiempo.

El populismo rechaza las instituciones, las constituciones, los acuerdos, las leyes -de la élite corrupta y dominadora- y habla de poner el poder en manos del pueblo -la buena, pura gente- con referéndums cuyas consecuencias no se explican, y que da el poder a una nueva élite en la que es fácil ver, como no puede ser de otra manera, rasgos autoritarios. Por eso, los que, pese a todo, creemos en el proyecto europeo, junto a seguir con la crítica por la complacencia de los gobiernos actuales, tenemos que construir una nueva alternativa a estos populismos nacionalistas.

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