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Análisis

Iván Llanza Ortiz

Miembro de la Academia Andaluza de Gastronomía

Mi caseta

Es normal que los habitantes de cualquier pueblo o ciudad consideren que sus monumentos, plazas o espacios verdes son los mejores del mundo. Es habitual que cualquier hijo de vecino considere que la cocina de su madre es la más rica del estrellado firmamento de Michelin. Y sin duda, es justo valorar a la pareja de cada uno como la más hermosa entre las flores del jardín. Pues, en la temporada de las ferias, cualquier aficionado a este modo de vida será de la opinión de que su caseta (su embajada en esta ciudad efímera creada para el disfrute) es sin duda la que reúne los mejores atributos para ser considerada el mejor punto de encuentro y destino donde disfrutar en buena compañía de la fusión entre la gastronomía y el flamenco.

Tenemos casetas para todos los gustos y colores. En Sevilla encontramos casetas con decoración costumbrista y barroca donde predominan encajes y espejos. En Córdoba podremos comprobar, gracias a Dios, que muchas han sido acondicionadas con potentes sistemas de refrigeración. En Jerez de la Frontera veremos cómo la decoración sobrepasa el interior e incluye también las fachadas de las casetas, y en Málaga comprobaremos sorprendidos que hay un recinto ferial de día y otro de noche completamente diferentes. En El Puerto de Santa María han ido más allá y una bodega local de dimensión internacional que cuenta con un Toro en su logotipo ha querido dedicar una edición limitada de su vino Fino a las míticas casetas. Para ello ha vestido su icónica botella con la portada de una tradicional caseta de toldos rojiblancos. Este detalle, que podría no tener mayor trascendencia, más allá de indicar a los feriantes que el vino fue recientemente embotellado y que conserva sus características organolépticas en perfecto estado de revista para su consumo, realmente quiere reivindicar que no hay mejor o peor caseta en la feria. Lo verdaderamente importante es tener buena compañía con quien compartir una copa de vino, una buena tapa y, por qué no, un par de sevillanas.

Las ferias están pobladas de multitud de casetas, algunas privadas como sucede en Sevilla, y otras muchas públicas como sucede en el resto de Andalucía. Pero realmente la caseta debería dejar de ser un concepto vinculado a un espacio físico y pasar a ocupar un lugar en lo psicológico. Una nueva manera de pensar, de sentir, de vivir las ferias. Sin ataduras al espacio, pero con respeto por la costumbre y la tradición al mismo tiempo que ampliamos los horizontes de las casetas haciéndolas casi infinitas. Una botella de Fino, un catavino y a jugar.

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