Las clases sociales han existido siempre. La alta, la media y la baja. Dicho en sevillano Don Vicente, Vicente y Vicentillo con la largura de la calle San Vicente y las zonas por las que cruza. Y por supuesto también hay una clase incluso subterránea, por aquello de que no se ve, que se procura más bien que no se vea.

Rompo lanzas hoy por los llamados pijos, los del taco, megas, guays, te lo juro por Snoopy y por Yves Saint Laurent. Una clase bien situada, educada en los mejores colegios, viajada, bien comida, con idiomas y bolsos de Loewe. Es la gente de apellidos unidos con Y, apellidos con guiones de por medio y alguna sílaba difícil de pronunciar a veces. La falsa democracia ha enseñado a detestarlos y, sin embargo, es esa gente la que puede hacer algo, señores: los señores. Qué me importa a mí si el dueño de la empresa tiene un yate mientras me pague un sueldo al mes. Qué me importa si habla de caballos, de mantanzas del cerdo, de Cuqui, de Fierro, de Borja o de Sofía. Ésos son los que tienen tiempo para obras sociales, actos benéficos, dinero para pagar cenas de la misma cuantía que el sueldo del camarero que les atiende, compran obras de arte que probablemente sin este intercambio económico no existirían... Si invierten, mal; y si no invierten, también mal. La igualdad de clases es tan utópica como la igualdad económica. Esta última ha demostrado traer sólo pobreza, y la de las clases se está viendo venir que trae pobreza moral. Todos por igual pero al rasero de abajo. Ya lo vio Ortega en "La rebelión de las masas".

Cuando empezó la crisis, allá por el año..., hubo personas que se alegraban de la ruina de constructores, empresarios fuertes, propietarios que eran embargados... Una alegría de espalda a los miles de despidos y familias que tomaban rumbo a la miseria tras ellos en un dramático efecto dominó. Pero seguimos para nota. Se ataca a la educación, a la clase, a hablar bien... incluso a escribir. Un virus se extiende desde algunos asientos del Congreso de los Diputados a la sociedad y viceversa, con la sociedad más miserable sentada ya en el Congreso. Es un virus tan contagioso que alcanza los niveles peligrosos de una epidemia, un virus que se instala en las venas, que hace que la sangre se vuelva negra y la lengua se bañe en pus. Porque a estos educados también les gustaría decir un buen taco y una buena barbaridad, pero el respeto lo impide. La educación es lo único que podríamos compartir en todas las clases sociales, lo único. Lo demás es demagogia.

Necesitamos vacunas contra este virus. Pero como somos ya tan modernos, nadie se las quiere poner.

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