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CONOCÍ a Abdoulwahad en casa de Paul Bowles, en Tánger, hace ya muchos años. Era un tangerino joven que se había acostumbrado a ir cada tarde al piso de Bowles. Le gustaba conversar, leer, escuchar. Había leído la mayoría de las novelas de Bowles en inglés, y se conocía muchos pasajes de memoria, pero no había querido estudiar una carrera ni se había buscado un trabajo. Su padre, que tenía un puesto de verduras en el mercado de Tánger, le animaba a que trabajase o estudiase, pero Abdoulwahad le iba dando largas. "Un día, un día", decía, y al día siguiente continuaba sin hacer nada. Abdoulwahad ni siquiera quiso sacarse el carnet de conducir, cosa que su padre no entendía. "¿Cómo es posible que este hijo mío sea así?", graznaba el buen hombre, que se mataba a trabajar en el mercado para que su hijo se dedicase a no hacer nada.

Una vez le llevé a Abdoulwahad un libro de Ramón J. Sender sobre la guerra del Rif, Imán, que él tenía mucho interés en leer porque su bisabuelo había luchado en aquella guerra de los rifeños contra los españoles. El día que le llevé el libro, fuimos a pasear por la ciudad y acabamos en la polvorienta colina del Charf. Cuando nos dimos cuenta, estábamos en medio de una cuesta rodeada de casuchas y perros y matorrales. Abdoulwahad la miró avergonzado: "Esta mierda estaba así hace cien años y seguirá así dentro de otros cien". Luego me dijo que estaba muy desanimado por la situación política de Marruecos. No había perspectivas de cambio político ni de mejoría económica, y todo el país estaba paralizado. O eso creía Abdoulwahad, sin darse cuenta de que él mismo era la prueba de que su país estaba cambiando.

Eso fue en 1989 ó 1990. Aquel día le dije a Abdoulwahad que debía ser optimista porque Marruecos cambiaría y de hecho ya estaba cambiando. Le conté que si a mí, en los años 60, me hubieran dicho que España iba a entrar en la Unión Europea veinte años más tarde, no me lo hubiera creído. Y a pesar de todo esto, entramos en 1985 en la UE y nos convertimos en un país bastante más próspero y civilizado de lo que habíamos sido. Y Marruecos, le dije, también cambiaría. Abdoulwahad sacudió la cabeza con escepticismo. "No, no, no", protestó, "eso es imposible". Tuve que decirle que España había sido durante mucho tiempo un país de casuchas y matorrales, y que muchos de nosotros también habíamos vagado de un lado a otro, preguntándonos cuándo diablos dejaríamos de ser una mierda de país.

Más tarde, Abdoulwahad se fue a vivir a Holanda, se casó, tuvo hijos. Ahora está en Facebook y de vez en cuando me manda algún correo en el que me cuenta cosas. Voy a preguntarle qué opina de lo que está ocurriendo en su país y en los países vecinos, esos países que él creía inmutables por los siglos de los siglos.

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