EL final del mundo gafapasta es la demostración empírica de un hecho contundente: la audiencia a la que va dirigida este tipo de televisión está ocupada, o entretenida, con otros asuntos. La aventura emprendida por la productora El Terrat para llenar de formato concurso las tardes de La 2 acabó por falta de audiencia. Y esa es la primera lectura que puede hacerse el fin de trayecto del programa después de sesenta entregas: en esta cadena, aunque no de un modo prevalente, también se escuchan los dictámenes de las audiencias. Y si éstas han hablado señalando que el programa sólo es elegido por uno de cada cien de sus espectadores, no tiene sentido continuar en el empeño.

Y mira que la aventura de este concurso diferente era laudatoria. Para la historia televisiva nos quedan dos figuras. Por un lado, la del presentador, Juanra Bonet. Por otro, la del concursante perfecto, de nombre Borja. Gafapastas ha supuesto la independencia del comunicador Bonet, que a medida que pasaban las entregas nos ha mostrado su cara más cómplice, marcando territorio, haciendo suyas las ocurrencias que le servía un excelente equipo de guionistas. Borja, pronúnciese en acento catalán, demostró que no es necesario usar lentes para convertirse en el perfecto prototipo del gafapasta auspiciado por el programa.

El caso de Gafapastas me recuerda al de la película alemana Un juego de inteligencia, que planteaba un hipotético sabotaje en la red de audímetros del país, provocando la caída de audiencia de la televisión basura y el triunfo de los canales culturales. Que las parrillas televisivas acojan contenedores del estilo La noche de Fassbinder seguirá siendo pura utopía de guión cinematográfico.

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