QUIZÁS, posiblemente, el Betis eluda el descenso, pero lo lograría por los deméritos ajenos y no por los méritos propios. Es un barquito que apenas tiene fundamentos para navegar por las muy procelosas, para él sobre todos, aguas de la élite. Después de haber tocado el cielo a través de su único tiro entre los tres palos iba a acoquinarse de manera lamentable para echarse encima al rival y perder dos puntos de oro en el alargue. Había ocurrido todo mediante un juego paupérrimo y en el que, una vez más, regalaba dadivosamente Mel una hora de partido manteniendo al ineficaz Juanma en cancha.
Aunque es el hombre el único ser animado que puede tropezar varias veces en el mismo obstáculo, el técnico bético lleva camino de convertirse en recordman de esta disciplina tan poco provechosa. Bajo el argumento de abrir la cancha desprotege el centro del campo para que el rival maneje el juego a su antojo. Ocurrió muchas veces a lo largo del curso y anoche se repetía la película ante la estupefacción de los presentes. Y es que Juanma, futbolista de técnica aceptable, ni desborda ni echa una mano a los centrocampistas. Casi una hora fue el tiempo que permaneció el extremeño en cancha y el Betis, lógicamente, pagaría el peaje.
Hasta ese momento, el equipo bético no se puso de gol ni una sola vez. Bueno, la verdad es que tampoco el Espanyol lo había hecho, pero se veía que si alguien podía llevar algo al electrónico eran los periquitos. Y a doce minutos del final, bingo, premio gordo con gol de Rubén Castro en el primer apuro para el portero rival. Sólo restaban doce minutos, una eternidad para un Betis carente de la mínima dosis de oficio con el que defender un resultado. Se aculó confundiendo eso con saber a qué se juega y llegó, como un jarro de agua helada, el gol que Pandiani suele hacerle al Betis tras una ridiculez defensiva. Ya queda menos y ojalá sigan equivocándose los demás.
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