ANDALUCÍA acarrea muchos votos pero no tiene peso político en España. Y la costumbre va a peor. Con veteranos como Chaves y Zarrías en el Gobierno central, y Griñán al frente de la Junta, Zapatero pasa de Andalucía salvo para arrimar escaños a otras prioridades. En clave regional, lo que antes eran estrategias férreas ahora son bandazos o errores de bulto. La gestión política de la fusión de las cajas de ahorros, y el golpe de efecto de Arenas en el Parlamento informando a los consejeros de los recortes en sus departamentos, son las dos situaciones que mejor definen el creciente descrédito del poder político socialista tan identificado con la marca Andalucía.

Griñán no está sumando adeptos porque hay mucha distancia entre lo que dice y lo que hace. El rejuvenecimiento de la cúpula socialista, a la luz del nivel que exhibe la quinta de Rafael Velasco, arroja serias dudas sobre su capacidad para llevar Andalucía a buen puerto.

Se suceden las encuestas que auguran la primera victoria electoral del PP en toda Andalucía. Pero, igual que cuando apuntaban mayoría de voto para el PSOE, reiteran la mala valoración del PP y de su líder, Javier Arenas. En puertas de lograr el mayor apoyo ciudadano a su candidatura, suspenden tanto o más que el sempiterno gran partido andaluz. Al PP le está llegando la intención de voto por cabreo. El voto que aboga por la alternancia aunque no la considere una alternativa.

A estas alturas del bipartidismo, el hartazgo es mucho y la esperanza poca. Hay deseo de cambio. Pero el partido con opciones de capitalizarlo arrastra también descrédito. Es liderado en Madrid y Sevilla por ex vicepresidentes de Gobierno. Es una máquina de poder que también hace de las suyas en municipios y autonomías.

Un ejemplo: la alternativa al modelo de Canal Sur no puede ser el de la televisión valenciana. Eso puede ser la alternancia. Pero no el cambio. El PP necesita forzar la alternancia. Y Andalucía necesita el cambio.