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Joaquín Pérez Azaústre

Ancianas en Barajas

IMAGINO dos mujeres ancianas en Barajas. Una tiene 88 años y otra 72. Llegan con equipaje, todo el peso alzado de una vida. No buscan empezar una nueva existencia. Llegan solamente para poder mirarse en el futuro, en su propio futuro: ver de nuevo a sus hijos y a sus nietos. Si un viaje en avión transoceánico de más de diez horas ya es cansado, en dos señoras de 88 y de 72 años el agotamiento se ha multiplicado; pero han venido a España, un país muy querido o medio hermano, patria de los gallegos, y el esfuerzo entonces se compensa, y hasta pueden pensar en agregar la tarjeta de embarque al álbum familiar, las fotos en Madrid, en la plaza Mayor y en La Latina actualizando tantas vidas paralelas, el domingo en El Rastro revisando el pasado y después una caña donde Los Caracoles, para enlazar así sus biografías con sus hijos y nietos.

Vaya, que estas dos ancianas no vienen a matar a nadie, ni guardan en sus bolsos armas de destrucción masiva, ni tampoco viajan para incordiar reclamando el derecho laboral que a todos nos asiste, nacionales o no. Sin embargo, según el periódico argentino Clarín, al llegar a Barajas, Ada y Luisa fueron detenidas, encerradas en una habitación y sometidas a un interrogatorio. La explicación para Ada fue que su entrada en España iba a ser denegada por no traer dinero suficiente, y tampoco poder acreditar reserva en un hotel. De nada sirvió que esta mujer -venerable, diríamos, anciana- demostrara que traía con ella nada menos que 3.000 euros -más que suficiente para unas vacaciones de unos días-, y tarjetas de crédito. En cuanto al hotel, no lo necesitaba: iba a quedarse en casa de su hijo. Cuando le exigieron una carta de invitación, ella respondió, un poco tiernamente pero con un sentido común tan aplastante, que no sabía que necesitara una carta de invitación de su hijo para quedarse en su casa. Dice haberse sentido maltratada, "como si fuera una delincuente", algo parecido a lo que le ha ocurrido a Luisa: venía también a ver a su familia, y traía la carta de invitación. Pero la recibió por fax: no servía según la autoridad, y tuvo que volverse a Buenos Aires.

La noticia no ha tenido casi ningún eco en España, y eso ya dice mucho de nosotros, de nuestro estado cívico. Quitando el excelente artículo de Rodolfo Serrano, Leyes sin alma, aquí vivimos ajenos a esta indignidad. El principio de legalidad no es infalible, como se vio en la Alemania de 1939: si una ley es injusta, se corrige. Tampoco debe extrañarnos esto en un país cuyo presidente del Gobierno, de talante progresista, avala las expulsiones masivas de rumanos de Sarkozy. Cernuda, Juan Ramón, Garfias, en fin: todo el exilio. ¿Esto es memoria histórica?

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