SI usted tiene oposiciones a la vista. O exámenes de septiembre. Le da miedo la prueba práctica para que le den el carné de conducir. O ha de hacer el pino para conseguir los ingresos que le exigen en su empresa. O ha de afrontar reciclaje profesional para adaptarse a la era digital. O tiene que aprender a dar clases de matemáticas en inglés a alumnos que saben más inglés que usted. O se enfrenta a rivales dispuestos a comerle a dentelladas en su sector. Deje de apoyarse en los típicos manuales de autoayuda con los susodichos diez consejos para ser un líder, para que sus compañeros se motiven tanto como usted o para que amen el estudio y el trabajo como a sí mismos. A partir de ahora hay que seguir a pies juntillas, y a zancadas grandes, el método Bolt.

Repase hoy cómo un chaval jamaicano, a cinco días de cumplir 23 años, ha resuelto en el Mundial de Berlín con enorme éxito el gran desafío de ser más rápido que él mismo y que toda la Humanidad que le ha precedido corriendo 100 metros en una pista de atletismo. Grandiosa su carrera, su plusmarca, y cómo lo ha hecho. Riéndose y bromeando durante toda la fase de calentamiento dentro y fuera de la pista, delante y detrás de las cámaras de televisión que le convertían en primer plano de medio mundo, ante los medios de información y los patrocinadores que le exigían lo nunca visto. Ante un momento de máxima tensión, ha sacado lo mejor de sí mismo relajándose como si estuviera de parranda con la pandilla en su Caribe natal sin jugarse nada. Usain Bolt es la sonrisa más rápida de la historia. Es la mejor receta para prejubilar los tranquilizantes y las nicotinas. Es la vacuna contra la crispación.

Correr no es de cobardes. Y reírse de la trascendencia no es una frivolidad. Bolt es galáctico de verdad y vuela más rápido que el levante de Tarifa porque su organismo emana del paraíso perdido. Del arte de vivir que apuntaron los clásicos. Aplíquese el método Bolt. Sólo le dolerán las agujetas.