SE ha detenido usted alguna vez junto a una obra, al pie de un edificio en derribo? Seguro que sí. Sabrá entonces reconocer el olor. Evóquelo. Una obra huele a mojado, a humedad, a polvo, a frío. Vemos cómo se derriba un edificio, esa mella entre casas, y sentimos que con las paredes caen en parte las vidas de los que han habitado ahí. Quedan a veces los laterales, evidenciando dónde hubo escaleras, cuartos de baño o rectángulos empapelados, vestigios de salas de estar. A mí me llegan los ecos de los antiguos habitantes. Imagino las horas de cenar, con toda la familia siendo llamada a interrumpir sus quehaceres vespertinos. Todo derribo tiene algo de triste, lo mismo que todo poema tiene algo de adiós.

Así que imagine cuántas vidas no se vieron derrumbadas entre los escombros de Puerto Príncipe, cuando, hizo ya dos años, la tierra bramó. La naturaleza, fiera, se cebó con uno de los países más pobres del mundo. Más de 300.000 personas murieron. Muchas más quedaron heridas. Un millón y medio quedó sin hogar.

Han pasado dos años. En Chile apenas queda rastro del terremoto que los asoló en 2010. En Japón se recuperan ya del tsunami y la alarma nuclear que eclipsó su sol naciente hace meses. ¿Y en Haití? ¿Ha visto usted las imágenes de esta semana? Cuesta trabajo distinguirlas de las de hace dos años. Y cuesta porque más de la mitad de los edificios sigue derruida. Casi todo igual. La miseria es sabedora de su poder: dan ganas de crear el término "miserocracia" para definir lo que está ocurriendo.

¿Y la ayuda internacional? Cierto que no llegó toda la que se prometió, pero no quiero ceder al argumento menor de que la solidaridad es fugaz. Si bien es posible que no se hayan entregado los 4.600 millones de dólares que se prometieron, la ONU sostiene que más de 2.000 sí han llegado. ¿Dónde están? Los cadáveres siguen sepultados, el hambre pasea por Puerto Príncipe, sin agua potable y con una epidemia de cólera diezmando a una población gimiente.

¿Qué ha hecho el Gobierno de Haití? Hemos leído en las crónicas que algún miembro de Naciones Unidas reconoce en privado la corrupción que allí gobierna. Miles de millones de dólares perdidos. Y no se los ha tragado la tierra, esa que se abrió hace dos años. ¿Dónde, entonces? ¿En qué bolsillos? ¿Acaso la idea de que Haití se convierta en un protectorado internacional no debe al menos estudiarse? En sentido estricto del vocablo, en efecto, los haitianos necesitan protección, y urgente. Porque Haití, dos años después, sigue oliendo a mojado, a humedad, a polvo y a frío, como las obras. Pero nadie sabe cuánto dura una obra. Y menos, ésta, que además huele a hambre, enfermedad y muerte.

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