Martín / Serrano

Ayuno y tradiciones sevillanas

SE ha recordado a los cristianos por quien puede y debe hacerlo la perenne actualidad del ayuno cuaresmal en su triple dimensión, penitencial, transformadora y caritativa. No es la primera vez que la invitación a esta práctica cristiana, que podemos considerar fundacional sin temor a equivocarnos, levanta las críticas de quienes la consideran obsoleta, perjudicial o hipócrita. Se recuerdan entonces viejas anécdotas de frailes pescando cerdos o banquetes surtidos de copiosos frutos del mar con indudables resonancias del Plácido berlanguiano. ¿Para qué mantener esa práctica estereotipada, ausente de espontaneidad y algo rancia, si me apuran? ¿Para qué castigarse a uno mismo cuando el verdadero amor a Dios se encuentra en la entrega al prójimo?

No pretendo ahora ofrecer la apología del ayuno cuaresmal. Doctores tiene la Iglesia. Ni siquiera insisto en el deber jurídico que, como miembros de una sociedad jurídicamente organizada, incumbe a los cristianos de cumplir las leyes legítimamente aprobadas por quienes tienen a su cargo el bien de la comunidad.

Fuera de todo ello, uno busca explicarse la causa de que no se entienda, o no se acepte, o no se viva, tradición tan acrisolada en una ciudad tan tradicional como la nuestra. Negamos la vigencia de un símbolo cuando la fiesta que nos disponemos a disfrutar es la síntesis sublimada de una infinidad de símbolos de las más diversas dimensiones. Tengo para mí que detrás de esa incomprensión del ayuno se oculta una inadvertida tendencia, de clara raigambre protestante, a adecuar las exigencias de la fe a la personal y libre interpretación racional de los deberes que emanan del misterio cristiano. Lo que no deja de ser paradójico cuando nos preparamos para ser partícipes de una celebración a todas luces contrarreformista.

Nuestra Semana Santa nace de la perfecta combinación de la penitencia pública medieval con la catequesis plástica que Trento promueve frente a la Reforma protestante. Sobre este armazón de moral y de doctrina hemos tejido costumbres y recuerdos familiares y personales que se entrelazan con las tradiciones de la ciudad. Pero el entramado que los sostiene es la celebración cristiana con esos elementos esenciales a los que nos referimos, penitencia y catequesis devocional, sin los que no pasaríamos de ser figuras fosilizadas expuestas a la curiosa contemplación de turistas o paleontólogos. Y es en ese soporte vivificante de la fiesta donde encuentran pleno sentido el ayuno y la abstinencia cuaresmales.

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