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No fue una buena idea destruir los consensos de la Transición. No fue una buena idea aniquilar toda clase de acuerdo

Los que tenemos una cierta edad recordamos muy pocas elecciones generales que se estén viviendo con el mismo apasionamiento con que se viven las de mañana. Ni siquiera después de los atentados de Madrid del 11-M (que causaron casi 200 muertos y miles de heridos) se vivió lo que se está viviendo ahora. El otro día pasé por una oficina de Correos en una zona playera y había una larga cola de gente esperando pacientemente bajo un sol de mil demonios. Otro día me encontré con una cartera que repartía el voto por correo y me contó que llevaba trabajando sin parar desde las 7:30 de la mañana (por cierto, todos los electores deberíamos agradecer el enorme esfuerzo que están haciendo los trabajadores de Correos). En otras circunstancias, unas elecciones generales en plenas vacaciones habrían pasado sin pena ni gloria; es decir, con la apatía general y una elevadísima abstención. Pero ha sido justo lo contrario. ¿Por qué?

En mi modesta opinión, el Gobierno de coalición ha introducido una forma de hacer política que gusta mucho a los activistas y a los intelectuales, pero que no ha calado en la mayoría de la población. No fue una buena idea destruir por completo los consensos de la Transición. No fue una buena idea aniquilar toda clase de acuerdo con el adversario (“¡Con Rivera no!”, ¿recuerdan?). No fue una buena idea introducir la mentira sistemática. No fue una buena idea adaptar los modos matonescos con que los nacionalistas gobiernan en Cataluña y el País Vasco (y hasta hace muy poco, en Baleares y el País Valenciano).

No se puede despreciar al 49% del electorado que por alguna razón no comparte tus ideas. Y no estamos hablando de discrepancia ni de desacuerdo ideológico. Estamos hablando de desprecio, de arrogancia, y lo que es peor, de pura y simple grosería. El odio ideológico gusta mucho a los activistas y a los politólogos (gente por lo general intoxicada por la ideología), pero la gente de la calle no tiene esa misma predisposición (si no, ya estaríamos viviendo una nueva guerra civil). Y si Vox ha introducido el odio por el lado derecho, no conviene olvidar que Podemos y Pedro Sánchez –inspirados por los independentistas catalanes– introdujeron el odio al adversario como instrumento esencial de la acción política. Quizá estas cosas expliquen las largas colas ante los colegios electores. Y con 40º.

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