El prisma

javier / gómez

Barrio gris, banco 'güeno'

COMO ocurre en tantas ciudades, la dura estampa de Palma-Palmilla, uno de esos muchos barrios de feas torres levantados durante el desarrollismo para acoger a familias desplazadas y chabolistas, recibe al visitante que llega a Málaga por carretera. Es una de esas zonas que los locales prefieren no ver. Podría homologarse a esos projects de EEUU que conocemos por la tele o el cine, a esos suburbios que arden con cierta frecuencia en París: allí la vida es más dura de lo normal. La Palmilla es un barrio obrero con un alto porcentaje de población gitana e inmigrante, una zona muy castigada por las drogas, el paro -que roza el 80%- y la delincuencia. Suele ser sólo noticia por las espectaculares operaciones policiales que de vez en cuando se desarrollan contra los supermercados de los narcos y las peleas de gallos, aunque a menudo parece que la Policía llevara a cabo más una invasión militar que una redada y sus habitantes se quejan, con razón, de lo estigmatizado que está el distrito. Muchos malagueños jamás han entrado ni entrarán allí.

Pero en La Palmilla también ocurren otras cosas no necesariamente malas. Ayer fue portada de algunos periódicos por la creación de Er banco güeno, la transformación en comedor social de una sucursal bancaria cerrada. La oficina okupada llevaba abandonada siete años, pero la iniciativa, presentada casualmente mientras la UE transfería a España el dinero del fondo de rescate bancario, 39.468 millones de euros para las cuatro entidades financieras nacionalizadas y para el banco malo, es vista con preocupación por si cunde el ejemplo. Los tiburones son unos bichos, en el fondo, muy cobardes. Y los de cuello blanco no iban a ser menos.

Cuando entramos a cualquier ciudad andaluza, no nos queda más remedio que ver la periferia. Ese conjunto de bloques tan parecidos como que se diría trasplantados de un sitio a otro. Son lo primero que se vuelve gris oscuro, marrón de abandono, con cada crisis, como ocurría en aquel juego de ordenador que simulaba la gestión de una ciudad. Pero luego la periferia se vuelve invisible para muchos. Y enfrascados en discusiones sobre la prima de riesgo, sobre el supervisor bancario que sin prisa han diseñado los 27 ministros del Ecofín, sobre la última ocurrencia del Consejo de Gobierno andaluz o el penúltimo incumplimiento de Rajoy, a menudo olvidamos que estamos a una sola chispa del estallido de una rebelión social. Empezará por un barrio cualquiera de esos que se han llenado de parados hipotecados, de familias que a duras penas tienen qué comer, de hijos que han sacado a sus padres del asilo para sobrevivir todos con la pensión. Un barrio como La Palmilla. Hay muchos así.

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