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NI Marta Sánchez ni Jaume Figueras, que van a ejercer de interrogadores de los concursantes de El gran quiz en Cuatro. El verdadero protagonista de este singular tribunal va a ser Carlos Blanco, el niño prodigio que ha dejado de ser niño, no prodigio, que a sus 22 años tiene en su haber tres carreras, domina nueve lenguas y lleva entre manos dos doctorados en la Universidad de Navarra.

Carlos Blanco se dio a conocer en Crónicas marcianas. Durante la primera grabación su madre y estableció unas férreas condiciones a Javier Sardá. Pero el niño fue inoculado por el veneno de la televisión. Y decidió seguir acudiendo al plató. Así durante año y medio. Eso sí, sin dejarse contaminar por el circo. Carlos Blanco grababa aparte, previamente, a eso de las nueve de la noche, en solitario con Sardá, en una especie de burbuja que le protegía de tertulianos, strip-tease, y frikis.

El parecía candidato a engrosar la lista. Pero se ha librado. Se apartó de las cámaras, consiguió una beca y estudió en el extranjero. Ahora Cuatro le ha tentado para enganchar a la audiencia y él ha aceptado. Carlos tiene coartada. Cuenta que está encantado con las ansias de saber de los concursantes, cuyo macguffin, de acuerdo, son los 400.000 euros, pero también, como se ha visto en los castings, el reto por saber la mayor parte de las 40.000 preguntas. Hablando con Carlos Blanco, la verdad sea dicha, se transmite ese ansia de conocimiento. Este chico, desde siempre, se ha sentido feliz entre los libros. Su curiosidad es infinita. Puede que una vida tamizada solamente en las bibliotecas sea incompleta. Bueno, también podríamos decir que la de un Fernando Alonso, constreñida a los circuitos, lo es. Por lo menos Carlos Blanco parece muy buena persona. Y eso ya es mucho. Intuyo que en las próximas diez semanas se va a hacer muy popular.

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