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LA Junta ha creído encontrar en la crisis galopante de ahora la ocasión propicia para impulsar la gran caja de ahorros andaluza que no pudo constituirse a principios de siglo (XXI). No le falta razón: los expertos coinciden en que hacen falta nuevas fusiones de cajas para reducir costes y para rebajar los riesgos que han ido acumulando por su querencia hacia el sector inmobiliario (la morosidad de los promotores con ellas cuadruplica la de los bancos, precisamente por los peligros del ladrillo).

Como el gato escaldado del agua fría huye, la Junta no quiere repetir sus errores del anterior proceso. No habla de caja única, apela a la voluntad de cada caja implicada y busca el consenso institucional de partidos, sindicatos y organizaciones sociales. No habrá, pues, dictado desde arriba, sino negociación y pactos. Primero, en el interior del PSOE, cuyos líderes territoriales han de respaldar la iniciativa en aras de dotar a la Comunidad Autónoma de un instrumento financiero de mayor músculo y vocación regional que la suma de las cajas y cajitas existentes. A ello se va a dedicar el auténtico hombre de confianza de Chaves: Luis Pizarro.

Paralelamente, ha de haber una labor de convencimiento y pacto con los demás partidos, sindicatos y directivos de las cajas, labor que no tiene por qué ser singularmente complicada si se aplica un criterio que suele funcionar: ninguno saldría perdiendo con la fusión. Está demostrado que los organigramas son de naturaleza mutable, se pueden moldear a voluntad para que no haya descontentos, que son la semilla de la discordia y la inestabilidad. Y tampoco se va a poner en cuestión la singularidad de Cajasur, la entidad de la Iglesia, a la que se da de antemano por ajena al proceso fusionador.

Esta segunda tarea de engrasamiento corre a cargo del vicepresidente segundo de la Junta, José Antonio Griñán, y ahí radica la gran diferencia con el proceso anterior, pilotado por la entonces consejera Magdalena Álvarez, que contribuyó muchísimo a su fracaso con un ejercicio de despotismo ilustrado del que se conocen pocos precedentes en esta autonomía. Logró cabrear a todo el mundo, dentro y fuera del PSOE, y sin acercarse siquiera al objetivo propuesto. Se enfrentó a unos banqueros sobrevenidos que olvidaron incautamente a quién debían sus cargos, pero en vez de hacerlo con mano izquierda, habilidad y templanza, actuó como elefante en cacharrería, convirtiendo cada escaramuza en una batalla personal en la que sólo se podía vencer o ser vencido y repintando la realidad con dos únicos colores: el blanco y el negro.

Por soberbia y/o por terca adolescencia política, impropia de su edad, Magdalena saboteó sin querer aquella fusión. Ahora no está.

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