La ciudad y los días

Carlos Colón

Chequeo camusiano

PATXO Unzueta recordaba ayer en su artículo "Esto no es un editorial" (El País) las desviaciones que, según Albert Camus, acechan al periodismo: el sometimiento al poder, la obsesión por agradar a cualquier precio, la mutilación de la verdad con un pretexto comercial o ideológico, el halago a los peores instintos, el gancho sensacionalista y la vulgaridad tipográfica.

Creo que podemos estar de acuerdo en que el tono medio de la actual prensa escrita española anda algo floja en los tres primeros asuntos y bastante mejor en los tres últimos. La mayoría de los periódicos no somos -por meter al mío en el saco-tipo- gráficamente vulgares, pese a las concesiones que se han debido hacer al color (a algunos nos sigue gustando el blanco y negro en la fotografía, el cine y los periódicos), al tamaño de los titulares y a la reducción de las partes redaccionales para sobrevivir en la era de apogeo de la imagen y mengua de la lectura. También podemos estar de acuerdo en que la prensa escrita raramente acude a ganchos sensacionalistas, dándose en nuestro país la feliz circunstancia de la inexistencia de periódicos que cultiven abiertamente el sensacionalismo. Y desde luego -salvo raras y minoritarias excepciones- no halagamos los peores instintos de los lectores. Al asumir las funciones de vertedero social o cloaca colectiva la televisión se ha convertido en el medio sensacionalista que halaga y ceba, si no siempre los peores, al menos sí los más vulgares, superficiales y estúpidos instintos. La prensa escrita y la radio, por convicción propia o por no poder competir a la baja con la televisión, se mantienen en España a salvo de las abyectas estrategias de competencia a la baja.

Sobre los tres primeros asuntos, en cambio, no es fácil llegar a un acuerdo. Habría argumentos para defender que se detecta un sometimiento cada vez mayor al poder -formal o fáctico, político o económico, gobernante u opositor- y una consiguiente obsesión por agradar a cualquier precio tanto a los poderosos como a esos lectores dados a leer asintiendo y a utilizar los periódicos como espejos deformantes que refuercen sus juicios y engorden sus prejuicios; y también que no son infrecuentes las mutilaciones de la verdad con pretextos comerciales y sobre todo ideológicos. Aunque también se podría defender lo contrario con argumentos razonables que, al menos, valoraran los elementos correctores que buscan cada día el equilibrio entre opinión, análisis e información.

En resumen: podría esperarse que la prensa escrita española no saliera muy mal parada si se sometiera a un chequeo camusiano.

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