QUIERO creer que todo es fruto de los nervios, de esos nervios que se hacen insoportables cuando las cosas no van según lo guionizado y que se ha sacado de contexto. Me refiero al incidente que protagonizó Palop con unos aficionados de esos radicales que se ubican detrás de la portería norte del Sánchez Pizjuán. Aficionados entusiastas que se vuelven lógicamente exigentes cuando contemplan desolados cómo su equipo no gana como ganaba antes. Es una reacción lógica la de esos calenturientos aficionados, pero también lógica la de un futbolista que se siente insultado en unos momentos en que te hierve el agua.

Lo único que puede extrañar es que un futbolista del currículo de Andrés Palop reaccione así, pero tampoco lo que corre por las arterias es precisamente horchata. Ese rifirrafe sin importancia es la foto de una situación inesperada en un club que en estos recientes cuatro años ha puesto a reventar de plata sus vitrinas. El fútbol no tiene memoria y tras haber ganado algo, mucho en el caso del Sevilla, no asimilas que se pare la racha, que se deje de ganar con la insistencia y con la frecuencia de antes. Lo que pasa también es que lo que le está ocurriendo a este Sevilla resulta tan ilógico que se den cosas como las de antier noche entre Palop y cierta parte de la grada.

Conviene echarla al suelo por todas las partes, sobre todo por parte de ciertos aficionados que se creen con patente de corso para insultar en los momentos de enfado. Siempre fui de la opinión de algo que va aumentando con el paso de los años y es que los públicos son monstruos sin cabeza y que el llamado respetable pierde la respetabilidad más veces de lo debido. Está claro que no se le puede poner un pero a la afición del Sevilla, pero sí que habría que pedirle tranquilidad a algunos sectores que confunden la exigencia con las malas maneras. Palop está en el gran Olimpo sevillista y hasta podría estar legitimado para reaccionar como reaccionó, que conste.