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Tiempos modernos

Bernardo Díaz Nosty

Crisis de información

NADIE sabe cuánto va a durar una crisis económica que comenzó antes de que se hablara de ella. Las fortalezas de ayer tarde, los baluartes frente a la erosión, se desmoronan como castillos en la arena. Los medios nos descubren los vasos comunicantes que relacionan la subida del petróleo con la caída de los indicadores del bienestar. Quienes aún se resisten a pronunciar la palabra crisis lo hacen desde la lógica que define la recesión como un crecimiento negativo, sin considerar que hay ya una crisis informativa, que cala en la opinión pública, y se mide por el diferencial entre las bondades de lo anunciado y la realidad.

Desde el punto de vista psicológico, no hablar de crisis es aplazar la sensación de crisis…, hacerla más corta en el tiempo y, también, reducir los efectos depresivos sobre la población. Es decir, contener la incertidumbre y las alertas del miedo, incluidas las lógicas reduccionistas que encuentran, para casi todo, un mismo chivo expiatorio. Evitar que la enfermedad, abordada por el especialista, sea atribuida a la impericia del médico.

Hay errores en la estrategia comunicativa que parten de la contradicción existente entre el no reconocimiento explícito de la crisis y la lluvia fina de las previsiones oficiales que, día a día, van segando las cosechas del éxito. Por fortuna para el Gobierno, el repliegue de la oposición hacia la normalización del debate político es, en términos de opinión pública, el mejor atenuante de una crisis que, con certeza, no va a devolver a España a la segunda división. El que ahora se presenta como discurso del sentido común -aún queda mucho territorio minado para cantar victoria-, contribuirá a que los efectos de acontecimientos por venir tengan una repercusión psicológica menor y que la percepción de la salida de la crisis llegue antes; esto es, que actúe como un verdadero factor de acortamiento del proceso. Los electorados valoran más los analgésicos contra el dolor de la enfermedad que las alarmas de quienes, armados de trompetas apocalípticas, como gustaba a la tropa saliente, aturden al paciente desde la puerta del hospital, transmitiéndole los peores augurios.

El deficiente destilado informativo, que choca con el clamor de una crisis que tiene dimensión internacional y excede al control exclusivo de las políticas nacionales, puede provocar que luego, cuando el Gobierno se encuentre más apurado, sea difícil zafarse ante la opinión pública con el argumento de la naturaleza internacional de la recesión. Tan malo es pregonar "que viene el lobo" como negar la presencia de la fiera, especialmente cuando los aullidos empiezan a ser nítidos y esta vez no se confunden con las alarmas de campanario…

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