OCHENTA años de la ignominia y da la impresión de que andamos coqueteando con lo mismo. Ochenta años se cumplen de la insurrección militar que llevó a España a un millón de muertos y a cuarenta años de indignidad, pero convendría recordar que las cosas no suelen pasar por casualidad y que de aquel sueño de la República muy pronto se despertó. El desorden se enseñoreó enseguida de España, su desmembración se perseguía desde los nacionalismos incomprensibles y desde las consignas de un comunismo que ya empezaba a asomar bastante más que la patita enharinada. Era sábado y hacía un calor de morirse en ese punto de salida hacia un tiempo de angustia y de muerte que duraría todo lo que quiso alargarlo aquel general golpista que manejó la barca hasta morirse de viejo. Ochenta años después sería conveniente que todos reparásemos en aquello.
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