la tribuna

José Joaquín Castellón

Desahucios y caridad política

DURANTE los años que llevamos de crisis económica serán cientos o miles los desahucios que los diversos grupos de Cáritas parroquiales y las Cáritas diocesanas han evitado. El año pasado se creó en Cáritas de Cataluña un equipo especializado en este problema. Una persona donó una importante cantidad de dinero, específicamente, para ayudar a familias en riesgo de quedarse sin casa. Pero muchísima parroquias de todo el territorio español y, por supuesto, de las diócesis andaluzas, han evitado que miles de familias tuvieran que enfrentarse con un problema tan duro, y que provoca tanta inestabilidad en el ámbito familiar.

Y no son personas a las que otros problemas -toxicomanías, enfermedades psíquicas, o marginalidad- les empujaran a vivir en la calle. Son padres y madres de familia que por perder el trabajo no pueden hacer frente a la hipoteca. La situación es tan sangrante e inhumana que no basta con paliar, en la medida de lo posible, los problemas que llegan al grupo de Cáritas parroquial. La vivienda es un derecho personal básico, y se está privando de ese derecho a muchas personas, por la avaricia y el error de cálculo de quienes daban préstamos para poder subir el precio de las casas, y subían el precio de las casas para poder negociar con los préstamos.

Por eso los cristianos no podemos conformarnos con paliar las situaciones que lleguen a nuestras parroquias. Hemos de acompañar y suscitar al movimiento ciudadano que se opone a los desahucios injustos. La caridad asistencial no está reñida con la caridad política. Y lo que está ocurriendo en nuestro país no es un problema de carencia o de marginalidad -que requieren soluciones asistenciales o de promoción-. Los desahucios en España son un problema de injusticia y de explotación. Por tanto la respuesta ha de ser política, en el noble y amplio sentido de la palabra. Cuando un problema afecta a una persona es un problema personal, cuando afecta a miles es un problema social que hay que afrontar socialmente.

Es cierto que muchas familias amenazadas por el desahucio consideran una vergüenza esta situación, y prefieren asumirlo en silencio. Se refugian, apiñados, en casa de los abuelos, y se sigue adelante como pueden. Otros no tienen, ni siquiera, esa posibilidad. Una familia desahuciada está en peligro inminente de ingresar en el ámbito de la marginalidad social. La mayor parte de las veces los padres y los hijos han de vivir en casas distintas; los menores tienen que abandonar su centro escolar e ingresar en otro donde no conocen a los compañeros, y van con la "carga" de la situación económica de su familia; a los problemas que ya han vivido antes de ser desahuciados se les añaden los causados directamente por el desahucio.

Nuestra fe cristiana, que se expresa en el amor y la solidaridad, nos está exigiendo una participación activa en los movimientos ciudadanos que se oponen a los desahucios injustos. Cada uno de nosotros, desde el lugar que ocupa, social y eclesialmente, ha de sopesar qué respuesta le está exigiendo esta situación. El criterio fundamental de un creyente para orientar su vida personal es el Evangelio; es Jesucristo. Y Jesús de Nazaret no se quedó callado viviendo en el silencio junto a su Madre, mientras los pobres de su pueblo sufrían. Propuso a todos una nueva manera de vivir y de creer. Las comunidades cristianas tienen la misión específica de procurar, con acciones concretas y eficaces, que la sociedad se rija con criterios de justicia y de bien común. Siempre es así, pero quizás en este momento estamos especialmente encartados; no sólo a interiorizar las exigencias sociales del Evangelio, sino a ponerlas en práctica y a pedir que se cumplan.

El mensaje de Benedicto XVI ante la Cuaresma de 2012 nos invita a fijarnos en los sufrimientos de nuestros hermanos y a actuar desde esa mirada atenta a sus necesidades y su dignidad. Jesucristo -dice- invita a fijar la mirada en el otro, y a estar atentos los unos a los otros, a no mostrarse extraños, indiferentes a la suerte de los hermanos. Sin embargo -denuncia el Papa-, con frecuencia prevalece la actitud contraria: la indiferencia o el desinterés, que nacen del egoísmo, encubierto bajo la apariencia del respeto por la "esfera privada". Si cultivamos esta mirada de fraternidad, la solidaridad, la justicia, así como la misericordia y la compasión, brotarán naturalmente de nuestro corazón.

Fijándonos en los sufrimientos, totalmente injustos e injustificados, de muchas familias desahuciadas, tendremos, meridianamente claro, que los cristianos no nos podemos quedar de brazos cruzados compadeciéndonos, delante del televisor, de quien sufre en nuestro pueblo, quizás en la calle de al lado.

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