Gafas de cerca

josé Ignacio / Rufino

Desindexación

DESINDEXAR es un término raro, como desacelerar o desregular; tan es así que, cuando uno los escribe, el procesador de texto te los subraya en rojo, como advirtiéndote: "Escríbalo usted si quiere, pero yo no reconozco esa palabra". O sea, que es un palabro, una innovación lingüística, aunque la credibilidad que hay que darle a estos programas no es la que merecía Lázaro Carreter. Desindexar, sea o no sea castellano correcto, viene a significar dejar de aplicar un índice, en concreto el IPC. El Gobierno anunció el viernes que, por ley, a los salarios de los funcionarios, a las pensiones y a otras rentas públicas no se les va a actualizar cada año para compensar el deterioro de la capacidad adquisitiva de sus perceptores que provoca la inflación. Se trata de una medida que reducirá el gasto del Estado para, en teoría, reducir su déficit. En teoría, sí, porque la reducción de la capacidad de gasto de las personas -en este caso, las que cobran del Estado- supondrá a su vez menos ingresos fiscales porque estas medidas encogen el puño y el bolsillo de la gente. El saldo entre lo que se ahorra y lo que se deja de ingresar es la clave. Sin olvidar que el gasto de la gente es economía, movimiento. Y PIB, si nos ponemos finos. Los jubilados, los empleados públicos y las empresas contratistas de obras públicas son los perjudicados, porque es evidente que la actualización de sus percepciones será menor que la inflación, o sea, tendrán menor poder adquisitivo o, en el caso de las empresas, ingresos. Una medida que Europa, la que nos guía, nos reclama desde hace meses. Ley de Desindexación; un regate terminológico, pero más aún un alarde de creatividad y astucia legislativa. Una medida que contribuye a la devaluación interna de salarios y precios -más de salarios- de un 20% hasta un 30% que la ortodoxia estima que debe realizar España para ponerse en su sitio en el comercio mundial. Lograr competitividad vía bajadas de salarios. Kompetitivitaten. Según oímos continuamente, en Alemania fichan a ingenieros españoles porque necesitan gente cualificada para su al parecer imponente máquina productiva. La realidad es que en Alemania hay un 8% de desempleo, y que por cada oferta de empleo hay ocho demandantes, y que contratar a bajo precio mano de obra de países satélites es una forma de presionar a la baja los salarios de la mítica locomotora europea. Satélites competitivos, eso somos. Es cierto que la devaluación salarial privada en España es brutal, y que es mejor ser funcionario que parado de larga duración despedido por una empresa. Pero, en fin, seis millones de parados. Desindexando, que es gerundio, vale. El objetivo es salir del tifón en el que se centrifuga la gente empobrecida, el Estado social pero canino y, en fin, la economía deprimida.

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